La música es un arte no se parece a ningún otro arte, porque es invasivo y no requiere de atención directa como la escritura o la pintura. No obstante, su fluir es semejante al de las palabras, que se concatenan para formar expresiones con un determinado acento y forma, todo lo cual se puede se puede seguir con facilidad y sin problemas y, por supuesto, hallar significados más allá de las palabras en sí.
Como la representación teatral o la cinematográfica, la música abarca un espacio y solo puede realizarse a lo largo de un tiempo; pero la música no requiere de un soporte —un escenario o una pantalla—, sino que se reproduce sólo en el tiempo. Por eso su carácter es temporal y sólo existe mientras suena, como las palabras que cesan al dejar de hablar.
Ese fluir es el resultado de notas que, como las palabras, se concatenan para formar expresiones. Esa sucesión de palabras o notas tienen la particularidad de que pueden ser recordadas, pues tanto una melodía como una conversación, son hilos que el oído puede, en un momento dado, seguir.
Así como construimos palabras diferentes con las mismas letras, también podemos construir melodías con las mismas notas. Pero no es lo mismo decir casos que cosas, que se logra invirtiendo las sílabas; al igual que no es lo mismo do-re-mi-fa, que fa-mi-re-do. Cualquier sucesión de notas puede constituir una “frase” musical. Una combinación de tales frases resulta en una pieza, sencilla o complicada, capaz de generar diferentes tipos de emoción o sentimientos, pues la sucesión de notas están diseñadas para crear y liberar tensión.
Esa combinación de notas y acordes provoca placer como ocurre con la música de Bach.
Uno de los elementos básicos de la música es la repetición. En el idioma, sería un absurdo decir, repetidamente, c-c-c-c; pero, en la música, una nota puede repetirse y tener sentido, como es el re-rere- re de las primeras cuatro notas del Concierto de violín de Beethoven. Igual ocurre con las sucesivas notas iguales, y otras subsecuentes que se repiten, solo cambiando el acorde, en Samba de una sola nota de Jobim, en la cual la repetición, dentro de cierto ritmo, ofrece una determinada pulsación rítmica.
Un segundo nivel de repetición que se impenetra con el anterior, se establece en la estructura de la melodía, que son frases distintas pero emparentadas en una forma periódica. De eso resulta la repetición y la alternancia para generar un efecto que resulta en melodía que, por esa combinación de elementos, adquiere articulación y simetría.
Lo mismo ocurre en el discurso hablado, cuya máxima expresión es la poesía. Una sucesión de palabras conforman
frases y oraciones con determinado significado; pero una sucesión de frases musicales carecen de significado per se, hasta que se articulan en conjuntos recurrentes de frases y células básicas. Esas células melódicas recurrentes, que están construidas dentro de un determinado ritmo, generan distintas formas de música, cuyo valor estriba, no en la simple repetición, sino en variantes inesperadas.
Un fragmento poético puede ilustrar eso mismo en sus versos, por ejemplo, en la estrofa de un conocido soneto de Garcilaso <<<<: El ancho campo me parece estrecho/la noche clara para mí es oscura/la dulce compañía, amarga y dura/y duro campo de batalla el lecho.
La emoción que nos produce, procede, no del insulso argumento, sino de la estrecha interconexión entre los dos planos textuales distintos que se ofrecen superpuestos a nuestra contemplación. El más obvio precede del significado inmediato de las palabras y de los juegos de oposiciones que entre ellas se establece (ancho/estrecho; clara/oscura; dulce/amarga). Si se analizan los versos, éstos ofrecen una disposición que incluye su métrica (repetición simétrica de 11 sílabas c/u), su rima (sonidos que se repiten en la 1ra. con la 4ta. Sílaba; y la 2gda. con la 3ra.) y el pie acentual (con la variante que se nota en el tercer verso).
La música que podamos concebir está constituida, al menos por una línea melódica que se escucha simultáneamente sobre un esquema rítmico desarrollado bajo ella. Este conjunto de melodía y ritmo es el primer eslabón de la compleja simultaneidad del texto musical. Esa melodía, sencilla y al unísono, adquiere densidad, si se le añaden notas simultáneas y afines. Cada uno de estos grupos de notas que se escuchan conjuntamente, como si fueran un solo sonido compacto, es el acorde que, combinados en secuencia, constituyen la armonía. Cuando vemos esto en una orquesta observamos que, a más “pisos” de armonización, a través de los diferentes instrumentos, o combinaciones de ellos, mayores posibilidades de “diálogos” en melodías distintas.
Ese principio de simetrías, consonancias y alteraciones es el mismo que sirve para organizar la textura musical. En los discursos paralelos los logra el arreglista, en menor o mayor grado, según sus conocimientos e intenciones. Por ello, la música llamada “comercial” se ciñe a la simplicidad de acordes y pulsaciones rítmicas, ya que la complejidad generalmente se reserva a los conocedores, como ocurre con el jazz y la música académica. Por ese motivo, los conjuntos vocales modernos no “pegan”, sino que más bien lo hacen aquéllos que mantienen una armonización y acompañamientos sencillos, como en el caso de Los Panchos mexicanos <<<< vs. Los Cuatro venezolanos.
En el caso de la instrumentación juegan un papel importante el timbre de los instrumentos, pues cada uno tiene el suyo propio; o una eficaz combinación de ellos, que es lo que le da color a la música.Cuando un arreglista de música popular se topa con una melodía repetitiva, la presenta en diferentes tonos y colores, para hacerla digerible, lo cual permite que el ritornello vivaldiano, por ejemplo, sea tolerable, al ser repetido en diferentes tonalidades y con pequeñas variantes, lo cual lo hace agradable y no machacante. Este también es el caso del sinuoso Bolero de Ravel cuyo tema, soportado por un hipnótico y dramático ritmo, se repite, una y otra vez, pero con un ropaje distinto, que no es lo mismo que se puede decir del coro y las inspiraciones de un sonsonete, si bien alterado por los cambios ofrecidos en las inspiraciones. Esa forma de melodía, seguido por un estribillo con inspiraciones, suelen ser casi todas iguales, hasta que la orquesta nos entusiasma con el caliente y dramático “mambo”, que es cuando la orquesta se “suelta” para aliviar la monotonía de la melodía y sus coros.
La medida de evaluación de una música depende de su calidad. Si vislumbramos una pirámide basada en las bondades técnicas de los diferentes tipos de música, diríamos que la académica y el jazz estarían ubicados en el tope; y, descendiendo a los peldaños más bajos, por escalafones más o menos definidos, hallaríamos a la música popular y a la folklórica. Un criterio objetivo para medir el valor de una música y establecer si una es de mejor calidad que otra, debe tomar en cuenta el valor intrínseco de su construcción, la cual está conformada por determinados componentes que la convierten en una obra de arte.
Otro valor a considerar es su repetición en el tiempo. Este segundo factor es lo que permite que una obra o pieza se convierta en un “clásico”, pues su repetida aceptación por generaciones le otorga una determinada calidad, aunque esa perennidad no necesariamente significa que posee un alto valor estético. En todo caso, las obras generalmente las decanta el tiempo, que es lo que permite que éstas sean sistemáticamente apreciadas por nuevos oyentes (si bien existen obras que pasan inadvertidas, o que no son apreciadas en su momento, pero que florecen triunfantes luego de ser revalorizadas y aceptadas por nuevos criterios culturales).
Una condición sine que non de quien toca un instrumento, es saberlo afinar a perfección, y no hacer como una muchacha que tocaba su cuatro desafinado. Al decirle que corrigiera esa situación, la chica, ignorante, respondió: “¡Cada uno afina su instrumento como le da la gana!”
Por Eleazar Lopez C. /eleazarlopezc9@gmail.com /17 05 2021
petroleumworld 29 / 05 / 2021