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El cambio climático entra al consultorio -Barry

Hace diez años, los psicólogos propusieron que un amplio abanico de personas sufriría episodios de ansiedad y duelo por el clima. El escepticismo sobre esa idea ha desaparecido.

Alina Black, madre de dos hijos en Portland, Oregón, buscó un terapeuta especializado
en ansiedad climática para tratar su creciente pánico. “Siento que he desarrollado una
fobia a mi forma de vida”, dijo.(Mason Trinca para The New York Times)


Por Ellen Barry/NYTimes

PORTLAND, Oregón — En el pasillo de los bocadillos de Trader Joe’s, a Alina Black le llegaba una oleada de culpa y vergüenza que le erizaba la piel.

Se trataba de algo tan simple como las nueces. Venían envueltas en plástico, a menudo en capas, que ella imaginaba saliendo de su casa y viajando a un vertedero, donde permanecerían durante toda su vida y la de sus hijos.

Ansiaba, realmente anhelaba, dejar menos huella en la Tierra. Pero también tenía un bebé en pañales, un trabajo a tiempo completo y un niño de 5 años que quería merendar. A los 37 años, esas fuerzas conflictivas se cerraban lentamente sobre ella, como un par de mandíbulas

A primera hora de la mañana, después de amamantar al bebé, caía por un hoyo negro, viendo noticias sobre sequías, incendios y extinción masiva. Luego se quedaba quieta con la vista fija en la oscuridad.

Por eso, hace casi seis meses, buscó en internet “ansiedad climática” y encontró el nombre de Thomas J. Doherty, un psicólogo de Portland especializado en el clima.

Hace una década, Doherty y una colega, Susan Clayton, profesora de psicología en el College of Wooster de Ohio, publicaron un artículo en el que proponían una idea nueva. Los investigadores argumentaban que el cambio climático tendría un poderoso efecto psicológico, no solo en las personas que lo sufren, sino en las que lo siguen a través de las noticias y las investigaciones. En aquel momento, la idea se consideraba especulativa.

Ese escepticismo está desapareciendo. La ecoansiedad, un concepto introducido por jóvenes activistas, ha entrado en el vocabulario habitual. Y las organizaciones profesionales se apresuran a ponerse al día, explorando enfoques para tratar la ansiedad que es a la vez existencial y, según muchos, racional.

Aunque hay pocos datos empíricos sobre tratamientos eficaces, el campo está creciendo con gran velocidad. La Alianza de Psicología del Clima ofrece un directorio en línea de terapeutas sensibilizados en torno al clima; la Red del Buen Dolor, una red de apoyo entre pares que sigue el modelo de los programas de adicción de 12 pasos, ha generado más de 50 grupos; han empezado a aparecer programas de certificación profesional en psicología del clima.

En cuanto a Doherty, son tantas las personas que lo contactan por este problema que ha creado toda una consulta en torno a ese tema: una estudiante de 18 años que a veces experimenta ataques de pánico tan graves que no puede levantarse de la cama; un geólogo glacial de 69 años que a veces se siente abrumado por la tristeza cuando mira a sus nietos; un hombre de 50 años que estalla de frustración por las decisiones de consumo de sus amigos, incapaz de tolerar sus charlas sobre las vacaciones en la Toscana, Italia.

La aparición de este campo ha generado resistencia, por diversas razones. Durante mucho tiempo, los terapeutas han sido entrenados para mantener sus propios puntos de vista fuera de sus prácticas. Además, muchos líderes en salud mental afirman que la ansiedad por el cambio climático no es diferente, clínicamente, de la ansiedad causada por otras amenazas sociales, como el terrorismo o los tiroteos en las escuelas. Mientras tanto, algunos activistas climáticos desconfían de ver la ansiedad por el clima como un pensamiento disfuncional, que debe ser aliviado o, peor aún, curado.

Pero Black no estaba interesada en argumentos teóricos; necesitaba ayuda de inmediato.

No era una Greta Thunberg, sino una madre trabajadora ocupada y privada de sueño. Dos años de incendios forestales y olas de calor en Portland habían despertado algo dormido en su interior, una compulsión por prepararse para el desastre. Se encontró despierta por la noche, evaluando los sistemas de purificación de agua. Para su cumpleaños, pidió un generador.

Entiende lo privilegiada que es; describe su ansiedad como un “problema de lujo”. Pero aun así: los juguetes de plástico en la bañera la ponían nerviosa. Los pañales desechables la ponían nerviosa. Empezó a preguntarse cuál es la relación entre los pañales y los incendios forestales.

“Siento que he desarrollado una fobia a mi forma de vida”, comentó.


Una idea aislada se generaliza


Thomas Doherty en Portland, Oregón. Se especializa en la angustia relacionada con la catástrofe climática, o ecopsicología, que era, como él dice, un “área cuestionable” hasta hace poco.
Thomas Doherty en Portland, Oregón. Se especializa en la angustia relacionada con la catástrofe climática, o ecopsicología, que era, como él dice, un “área cuestiona hasta hace poco.(Mason Trinca para The New York Times)


El otoño pasado, Black inició sesión para su primer encuentro con Doherty, quien se sentó, en video, frente a una fotografía grande y brillante de árboles de hoja perenne.

A los 56 años, es una de las autoridades más visibles sobre el clima en psicoterapia y conduce un pódcast: Climate Change and Happin. En su práctica clínica, va más allá de los tratamientos estándar para la ansiedad, como la terapia cognitiva conductual, a otros más oscuros, como la terapia existencial, concebida para ayudar a las personas a combatir la desesperación, y la ecoterapia, que explora la relación del cliente con el mundo natural.

Él no tomó el camino habitual hacia la psicología; después de graduarse de la Universidad de Columbia en Nueva York, viajó por todo el país pidiendo aventón, trabajó en barcos de pesca en Alaska, luego como guía de “rafting” en aguas bravas —“todo muy a la Jack London”— y como recaudador de fondos de Greenpeace. Al ingresar a la escuela de posgrado a los 30 años, se enamoró naturalmente de la disciplina de la “ecopsicología”.

En aquella época, la ecopsicología era, como él decía, un “área cuestionable”, con colegas que profundizaban en rituales chamánicos y en la ecología profunda de Jung. Doherty tenía un enfoque más convencional, para los efectos fisiológicos de la ansiedad. No obstante, había recogido una idea que, en aquel momento, era novedosa: que las personas podían verse afectadas por el deterioro ambiental aunque no estuvieran físicamente atrapadas en una catástrofe.

Las investigaciones recientes no dejan lugar a dudas de que esto ocurre. Una encuesta realizada en diez países a 10.000 personas de entre 16 y 25 años, publicada el mes pasado en The Lancet, reveló índices de pesimismo sorprendentes. El 45 por ciento de los encuestados afirmó que la preocupación por el clima afectaba de manera negativa su vida cotidiana. Tres cuartas partes dijeron que creían que “el futuro es aterrador” y el 56 por ciento aseguró que “la humanidad está condenada”.

El golpe a la confianza de los jóvenes parece ser más profundo que con amenazas anteriores, como la guerra nuclear, explicó Clayton. “Definitivamente hemos enfrentado grandes problemas antes, pero el cambio climático se describe como una amenaza existencial”, aseguró. “Afecta la sensación de seguridad de las personas de una manera básica”.

Caitlin Ecklund, de 37 años, una terapeuta de Portland que terminó sus estudios de posgrado en 2016, dijo que nada en su formación —en temas como el trauma enterrado, los sistemas familiares, la competencia cultural y la teoría del apego— la había preparado para ayudar a las mujeres jóvenes que comenzaron a acudir a ella describiendo la desesperanza y el dolor por el clima. Ella recuerda esas primeras interacciones como “fallos”

“El tema del clima da mucho miedo, así que me dediqué más a calmar o normalizar”, dijo Ecklund, que forma parte de un grupo de terapeutas convocado por Doherty para debatir los enfoques del clima. Ha significado, dijo, “deconstruir parte de ese asesoramiento formal de la vieja escuela que ha hecho implícitamente de las cosas problemas individuales de la gente”.


‘Obviamente, sería bueno ser feliz’


Caroline Wiese, de 18 años, de la ciudad de Nueva York, experimentó “episodios de pánico de varios días” por los datos climáticos, que interfirieron en su trabajo escolar.
Caroline Wiese, de 18 años, de la ciudad de Nueva York, experimentó “episodios de pánico de varios días” por los datos climáticos, que interfirieron en su trabajo escolar.(Calla Kessler para The New York Times)


Muchos de los clientes de Doherty lo buscaron después de que les resultó difícil hablar sobre el clima con un terapeuta previo.

Caroline Wiese, de 18 años, describió a su terapeuta anterior como “una típica neoyorquina a la que le gusta seguir la política y leía The New York Times, pero tampoco sabía qué era una curva de Keeling”, refiriéndose al registro diario de la concentración de dióxido de carbono.

Wiese tenía poco interés en “tonterías freudianas”. Buscó a Doherty para que la ayudara con un problema concreto: los datos que estaba leyendo le causaban “episodios de pánico de varios días” que interferían con su trabajo escolar.

En sus sesiones, ha trabajado para procesar cuidadosamente lo que lee, algo que dice necesitar para mantenerse estable durante toda una vida de trabajo sobre el clima. “Obviamente, sería bueno ser feliz, pero mi objetivo simplemente es poder funcionar”, agregó.

Frank Granshaw, de 69 años, profesor jubilado de geología, quería ayuda para aferrarse a lo que él llama “esperanza realista”.

Recuerda una mañana, hace años, en la que su nieta se arrastró hasta su regazo y se quedó dormida, y se encontró abrumado por la emoción, considerando los cambios que se producirían durante su vida. Estos sentimientos, dice, son más fáciles de desentrañar con un psicólogo que conoce bien el clima. “Aprecio el hecho de que esté tratando con emociones que están ligadas a eventos físicos”, dijo.

En cuanto a Black, nunca había aceptado del todo las ambiguas garantías de su terapeuta anterior. Una vez que hizo una cita con Doherty, contaba los días. Tenía la loca esperanza de que él dijera algo que sencillamente hiciera que la carga emocional se disipara.

Eso no ocurrió. Gran parte de su primera sesión se dedicó a hablar sobre su exploración de noticias negativas en internet, especialmente durante las horas nocturnas. Le pareció un pinino.

“¿Necesito leer este décimo artículo sobre la cumbre climática?”, practicó preguntarse a sí misma. “Quizá no”.


Frank Granshaw,  geólogo glacial jubilado de Portland, acude a un psicólogo muy versado en el clima.
Frank Granshaw,  geólogo glacial jubilado de Portland, acude a un psicólogo muy versado en el clima (Mason Trinca para The New York Times)


Un nudo se afloja: ‘Habrá días buenos’


Las sesiones iban y venían antes de que algo realmente sucediera.

Black recuerda haber ido a una cita sintiéndose angustiada. Había estado escuchando la cobertura radiofónica de la reunión del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático en Glasgow, Escocia, y escuchó que entrevistaban a un científico. Lo que percibió en su voz fue resignación pura.

Ese verano, Portland había quedado atrapada bajo un sistema de alta presión conocido como “cúpula de calor”, por lo que las temperaturas se elevaron hasta alcanzar los 46 grados Celsius. Al mirar a sus propios hijos, imágenes terribles pasaron por su cabeza, como un campo de fuego. Se preguntó en voz alta: ¿estaban condenados?

Doherty escuchó en silencio. Luego le dijo, eligiendo cuidadosamente sus palabras, que el ritmo del cambio climático sugerido por los datos no era tan rápido como el que ella imaginaba.

“En el futuro, incluso en los peores escenarios, habrá días buenos”, le dijo, según sus notas. “Habrá catástrofes en determinados lugares. Pero, en todo el mundo, habrá días buenos. Tus hijos también tendrán días buenos”.

Ante esto, Black se puso a llorar.

Ella es una persona contenida —tiende a desviar los pensamientos aterradores con humor negro— así que eso resultó inusual. Más tarde, recordó el intercambio como un momento de umbral, el punto en el que el nudo en su pecho comenzó a aflojarse.

“Realmente confío en que, cuando escucho información de él, viene de un profundo pozo de conocimiento”, afirmó. “Y eso me da mucha paz”.

​​Doherty recordó la conversación como “catártica en un sentido básico”. No era inusual, en su consulta; muchos clientes albergan oscuros temores sobre el futuro y no tienen forma de expresarlos. “Es una cosa terrible de experimentar”, dijo.

Una gran parte de su práctica consiste en ayudar a las personas a gestionar la culpa por el consumo: es crítico con la noción de huella climática, un concepto que, según él, fue creado por las empresas para trasladar la carga a los individuos.

A Black todavía se le saltan las lágrimas al recordar un momento en el que Doherty le dijo: “En el futuro, incluso en los peores escenarios, habrá días buenos”. La conversación fue “catártica en un sentido básico”, recuerda Doherty.
A Black todavía se le saltan las lágrimas al recordar un momento en el que Doherty le dijo: “En el futuro, incluso en los peores escenarios, habrá días buenos”. La conversación fue “catártica en un sentido básico”, recuerda Doherty.( Mason Trinca para The New York Times)

Utiliza elementos de la terapia cognitivo-conductual, como entrenar a los clientes para que gestionen su ingesta de noticias y analicen críticamente sus supuestos.

También se basa en la logoterapia, o terapia existencial, un campo fundado por Viktor E. Frankl, que sobrevivió a los campos de concentración alemanes y escribió El hombre en busca de sentido, que describe cómo los prisioneros de Auschwitz pudieron vivir una vida plena.

“Bromeo que sabes que es malo cuando tienes que sacar a Viktor Frankl”, dijo. “Pero es cierto. Es exactamente así. Es de esa escala. Es ese consuelo: que, en última instancia, aporto sentido, incluso en un mundo sin sentido”.

A veces, en los últimos meses, Black pudo sentir que algo del estrés se aliviaba.

Los fines de semana, pasea por el bosque con su familia sin permitir que su mente parpadee hacia el futuro. Sus conversaciones con Doherty, dijo, habían “abierto mi aceptación a la idea de que no está realmente en nosotros como individuos para resolver”.

Sin embargo, a veces no está segura de que ese alivio sea lo que quiere. Seguir las noticias sobre el clima le parece una obligación, una carga que debe llevar, al menos hasta que confíe en que los funcionarios elegidos tomen medidas.

Su objetivo no es liberarse de sus temores sobre el calentamiento del planeta ni paralizarse por ellos, sino llegar a un punto intermedio: lo compara con alguien con miedo a volar, que aprende a gestionar su miedo lo suficientemente bien como para subirse a un avión.

“A nivel muy personal, la pequeña victoria será no pensar en esto todo el tiempo”.





Ellen Barry cubre salud mental. Ha sido jefa del buró del Times en Boston, corresponsal internacional jefa en Londres y jefa de los burós en Moscú y Nueva Delhi. Fue parte de un equipo que ganó el premio Pulitzer al Reportaje Internacional en 2011. @EllenBarryNYT. Sus puntos de vista no necesariamente son los de EnergiesNet.com
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Nota del Editor:Este artículo fue originalmente publicado por The New York Timesl, el 8 de febrero del 2022.  Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet en Español no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.


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nytimes.com 08 02 2022



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