Por Ross Douthat
Desde hace años que la gestión de la Iglesia católica romana del papa Francisco parece haber sido concebida para hacer que las alas conservadora y liberal se distancien cada vez más. Así que la pregunta permanente que se cierne sobre su pontificado es: ¿Cómo hará para mantener las cosas unidas?
Al abrir el debate sobre una amplia gama de temas controversiales sin ofrecer cambios explícitos, Francisco ha alentado a los progresistas de la Iglesia católica a que traspasen los límites tanto como sea posible, incluso hacia una verdadera rebelión doctrinal, con la esperanza de que lo lleven a él también. Al mismo tiempo, al favorecer a los progresistas en sus decisiones personales y emprender una guerra institucional sobre el legado de Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha orillado a los conservadores hacia la crisis, la paranoia y la insurrección.
No se sabe si en estos dos frentes la autoridad papal, cada vez más débil, pueda hacer que cualquiera de estos grupos de rebeldes retroceda. Pero en las últimas semanas hemos visto un claro intento de usar esa autoridad, una verdadera prueba de la capacidad del papa para mantener unida a la Iglesia católica.
Por un lado, el papa Francisco ha tomado medidas contra dos de los críticos más afilados de la derecha: primero, retiró de su diócesis al obispo Joseph Strickland en Tyler, Texas; ahora, le quitó al cardenal Raymond Burke sus privilegios en el Vaticano, los cuales incluyen ingresos y un apartamento.
Al mismo tiempo, el Vaticano ha intentado poner límites a los experimentos de los obispos alemanes, la principal facción progresista, mediante una carta en la que afirma que ninguna reforma que tengan contemplada los alemanes podrá cambiar la doctrina de la Iglesia católica acerca del sacerdocio solo para varones y sobre la inmoralidad de las relaciones entre personas del mismo sexo.
En cada caso tenemos un acto de disciplina adaptado, al parecer, a la manera en que se están manifestando las rebeliones en sí. Entre los conservadores y los tradicionalistas, las críticas específicas al papa de obispos y cardenales destacados ahora se han encontrado con castigos personales específicos. Entre los liberales y los progresistas, un intento amplio de liberalizar las enseñanzas morales de la iglesia se ha enfrentado a una reprimenda doctrinaria general.
Pero no deberíamos confiar en que la disciplina funcione para ninguno de los casos. Por ejemplo, ambas partes tendrán en cuenta que si criticas al papa te ganas la destitución, pero que una aparente desobediencia doctrinal amerita solo una carta con términos duros. A menos que, al final de cuentas, esta última medida se vea respaldada por algo como el despido de Strickland, es probable que los progresistas continúen en la misma línea que la iglesia alemana ya está siguiendo: las prácticas de la Iglesia católica sencillamente son modificadas —como la bendición a las parejas del mismo sexo, por ejemplo— sin que Roma les otorgue un permiso formal. Se supone que si en la práctica la liberalización se convierte en un hecho, en algún momento las leyes de la iglesia seguirán esa decisión, y cuanto más se arraigue esa premisa, se volverá más difícil para Roma evitar alguna ruptura posterior.
Mientras tanto, es probable que los católicos que admiran a Strickland y a Burke sean ratificados con mayor firmeza dentro de una cultura de resistencia conservadora, en la cual retirar a un obispo de su cargo en el mundo real no hace más que aumentar su posible influencia en el magisterio del catolicismo en internet. Hace apenas unos cuantos años, la idea de que un obispo o cardenal pudiera ser de alguna manera más ortodoxo que el Vaticano parecía algo imposible para los conservadores de la iglesia. Pero la crisis general de autoridad en el mundo, mediada por el escándalo y la disrupción tecnológica, ahora también se extiende a través del catolicismo conservador, una grieta grande y desigual que el liderazgo vacilante de Francisco ha abierto en lo que antes era la base de apoyo más segura del pontificado.
No obstante, sería un error atribuirle demasiada culpa solo a este papa. Francisco ha empeorado la división de la iglesia y ha aumentado las probabilidades de una escisión, pero también solo ha expuesto las tendencias facciosas que siempre estuvieron presentes.
Consideremos tan solo un importante contraste entre el catolicismo estadounidense y alemán, dos de las iglesias más ricas y los principales bandos más conservadores y progresistas en la guerra civil de la Iglesia católica. Un informe de la Universidad Católica de Estados Unidos reveló hace poco que el sacerdote progresista en términos teológicos prácticamente está desapareciendo en ese país. Era mucho más probable que los sacerdotes ordenados en la década de 1960 se autodenominaran progresistas que conservadores u ortodoxos en el aspecto teológico, pero entre los sacerdotes ordenados en los últimos 20 años, que incluyen la era de Francisco, la mayoría de ellos se autodenominan conservadores y la mayor parte del resto dicen que están a medio camino y dejan que el ala progresista del sacerdocio estadounidense del siglo XXI parezca más bien una pluma.
Este es el remplazo generacional que, desde hace mucho, los católicos conservadores han pronosticado que marginaría al catolicismo liberal. Pero entonces pensemos en Alemania, donde el catolicismo no cuenta con una gran cantidad de sacerdotes conservadores ni de progresistas en formación; más bien, casi no tiene sacerdotes más jóvenes. En 2022, solo había 48 seminaristas nuevos en Alemania para una iglesia que todavía atiende a 21 millones de católicos que se identifican como tales. Mientras que Estados Unidos, con sus 73 millones de católicos, tiene casi 3000 seminaristas en formación, una cantidad en descenso que augura una escasez cada vez mayor, pero no la crisis existencial que enfrenta la iglesia alemana.
Además, esa crisis existencial nos ayuda a explicar la vehemencia de las presiones para la liberalización y la protestantización debido a que para muchos líderes católicos alemanes esta parece ser la única manera de que la Iglesia católica sobreviva, ya que el modelo tradicional, el modelo sacerdotal, ha fracasado ante sus propios ojos.
Por lo tanto, un católico conservador en Estados Unidos puede sentirse razonablemente seguro sobre el futuro de la iglesia sacramental, un futuro que no es posible que se descarrile porque el papa más liberal despidió a un obispo conservador. Por el contrario, en Alemania el futuro que, al parecer, no se puede descarrilar es el de una fuerte caída y un mayor predominio de personas laicas con tendencias liberales: es posible que el día de mañana se elija a un nuevo papa y se trate de imponer una mayor ortodoxia dentro de la iglesia alemana, pero sin sacerdotes más jóvenes que personifiquen esas creencias, el ejercicio solo podría dejar el debilitamiento de Roma todavía más al descubierto de lo que ya está ahora.
Se supone que, gracias a la providencie divina, hay un tipo de gestión papal que puede evitar la escisión o separación entre las tendencias católicas representadas en Alemania y Estados Unidos y es posible que, en algún momento no muy distante, un nuevo papa tenga la oportunidad de ponerla en práctica. Pero lo que heredará no serán solo los desastres específicos que dejó su predecesor, sino una realidad subyacente de división que cualquier política que se proponga en Roma va a necesitar la ayuda divina para remediarla.
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Ross Douthat es columnista de Opinión del Times desde 2009. Es autor del reciente libro The Deep Places: A Memoir of Illness and Discovery. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet.com.
Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en Bloomberg el 30 de noviembre, 2023. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet.com no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.
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energiesnet.com 12 12 2023