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El Papa Francisco y la persecución de la Iglesia en Nicaragua – Rubén Aguilar Valenzuela/Nexos

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck

Por Rubén Aguilar Valenzuela

La posición del Papa Francisco y de la Secretaría de Estado del Vaticano frente a la dictadura de Nicaragua, que encabezan Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, es para muchos inexplicable. Lo es de manera particular, para quienes viven en ese país y son testigos de la violación sistemática de los derechos humanos y de la libertad de expresión, así como de la persecución del sector progresista de la Iglesia católica.

La primera vez que estuve en Nicaragua fue en diciembre de 1979, seis meses después del triunfo de la Revolución Sandinista. Tuve la oportunidad de recorrer el país y entrevistarme con altos funcionarios del gobierno, y también con líderes de organizaciones de base. Al inicio de los años ochenta, Nicaragua era la retaguardia estratégica del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador. Fue por esta razón que, en el marco de mis responsabilidades en la guerrilla salvadoreña, viví una temporada en Managua. Años después, como consultor de organismos internacionales, seguí de cerca el desarrollo del país y amplié mi red de amigas y amigos nicaragüenses, con los cuales mantengo una estrecha relación hasta el día de hoy. Por lo mismo, lo que ocurre en ese país no sólo me interesa, sino que también me afecta.
 
Tengo un gran respeto por el Papa, aunque no siempre esté de acuerdo con lo que piensa. Admiro sus esfuerzos por transformar a la Iglesia; una estructura conservadora y burocrática donde coexisten muy diversos grupos y tendencias. Con inteligencia, midiendo la correlación de fuerzas, ha hecho cambios que llegaron para quedarse. Me sorprende la posición del Papa y el Vaticano con relación a la dictadura nicaragüense. Me dí a la tarea de conocer qué se piensa sobre eso en Nicaragua. Me puse de acuerdo con una amiga muy querida, que fue guerrillera y luego funcionaria en el primer gobierno sandinista, para desatar una dinámica que recogiera diversas opiniones sobre el tema.
 
Para iniciar la discusión envié a Managua un texto con tres hipótesis sobre la actuación del Papa que no eran excluyentes entre sí: 1) Francisco quiere evitar la polarización e incluso la fractura ante la división de la Conferencia Episcopal; 2) Francisco tiene miedo fundado de que, ante una definición clara y contundente, el dictador radicalice la persecución e incluso recurra al asesinato de sacerdotes; 3) Francisco considera que el conflicto entre la dictadura y la Iglesia va a profundizar el apoyo del gobierno a la expansión de las iglesias evangélicas. Al mismo tiempo, también admití que puedo estar totalmente equivocado, que y la explicación de su postura se sustente en otras razones.

Mi amiga de Managua le mandó mis hipótesis a diez personas, entre ellas sacerdotes, religiosos, líderes de organizaciones de la sociedad civil, académicos, escritores y artistas. A algunas las conozco y a otras no. Estas personas —la mayoría de las cuales militó años atrás en el sandinismo y están muy bien informadas de lo que ocurre en su país y en la Iglesia de Nicaragua— enviaron sus puntos de vista a mi amiga, quien a su vez me las hizo llegar. Cabe aclarar que estas personas no se comunicaron entre sí, pero sí intercambiaron puntos de vista con mi amiga. Acá ofrezco lo que dicen.
 
Una de ellas manifiesta estar en total acuerdo con las dos primeras hipótesis. En su versión el Papa no se pronuncia porque no quiere que se radicalice la persecución a la Iglesia al grado de poner en juego la vida de sacerdotes, y también porque no quiere profundizar la división en la Iglesia nicaragüense que podría incluso llevar a la ruptura de un sector.
 
Otra considera que Nicaragua “es una mosca en el mapa” que resulta un tema menor comparado con todos los problemas que el Papa y la Iglesia enfrentan a nivel mundial. Considera que a nivel local e internacional no hay consenso sobre lo que ocurre con la Iglesia en el país. Por el momento “las fuerzas del mal” (dictadura) se han apropiado del poder y utilizan todos los medios para conservarlo. Bajo ninguna circunstancia están dispuestas a compartirlo.
 
Hay quien sostiene que en la Iglesia la toma de decisiones se ha democratizado y que es a las iglesias locales a las que toca definirse en independencia de lo que se piense y diga en Roma. La Iglesia de Nicaragua es a la que toca pronunciarse, además de que tiene todos los elementos, más que en el Vaticano, para actuar en consecuencia.
 
Alguien más dice: “Me inclino a pensar que en cualquier caso el régimen de la dictadura se impondrá” y que por ahora sigue acumulando poder. El Papa, ante esta realidad, no puede hacer nada más allá del “cuidado del rebaño”. En la actualidad, Nicaragua no tiene más espacio. Esa es la responsabilidad fundamental del Papa.
 
Para otro, el “silencio ante estos hechos es complicidad”. Esta persona considera que el Papa es “pusilánime y cómplice». No puede evadir su responsabilidad profética de anuncio y denuncia”. Añade: “¿Ser pastor para qué? ¿Para callar ante tanto crimen? Ninguna de las tres razones, arriba mencionadas, justifica el silencio cómplice y «negociador» de la curia Vaticana y de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN)”.
 
Otra de mis interlocutoras asume que la división de la Iglesia en Nicaragua es una realidad y que en un sector de la misma existe “la consigna de no hablar en el púlpito para evitar irritar a la dictadura”: así como que, al pasar el tiempo, “la dictadura se entiende mejor con los evangélicos” que en conjunto no critican al régimen. Esta misma persona considera que Ortega y Murillo “chantajean” a la Iglesia, la cual tiene miedo de que la dictadura revele casos de pederastia y corrupción `por parte de algunos sacerdotes y obispos.  En su versión el Papa, al que califica de pseudoizquierdista, no quiere “desgastarse” con un país de “poca importancia”.
 
Una más considera que, desde hace ya años, “Ortega y Murillo han fomentado y apoyado a las iglesias evangélicas para contrarrestar la acción política de la Iglesia católica”. Y piensa que, para la dictadura, resulta muy rentable y provechosa la relación con los pastores evangélicos, quienes nunca se pronuncian en contra del régimen. Y que “esta orientación estratégica no va a cambiar por una supuesta intervención del Papa”.
 
Otra dice que “no es muy acertado pensar que el Papa vaya a tener una posición fuerte, porque su tono diplomático, como representante del Vaticano, lo lleva a buscar algún tipo de arreglo donde la Iglesia católica en Nicaragua pasa a tener un papel político discreto”. Añade que “el perfil y actuación del nuncio que el Papa nombró para Nicaragua tiene como propósito desarticular la beligerancia política de la iglesia católica”. En su valoración de la situación “las percepciones del Papa no se ajustan en ningún sentido a la actual realidad de Nicaragua”.
 
“La represión a la Iglesia le resulta estratégica a la dictadura, ya que es el último bastión activo y con base civil suficiente para alentar la resistencia a la dictadura”, opina otra de las personas. Ella misma plantea que “para la dictadura el diálogo con el Papa es irrelevante”.
 
Y agrega que “si el Papa cree que en realidad está dialogando con ellos, peor para él. La dictadura ha hecho fracasar a todos los actores nacionales e internacionales, que han intervenido en algún inicial proceso de diálogo”. Hoy por hoy, Ortega no está abierta a la negociación —y en el futuro tampoco lo estará—. Ante cualquier crisis, el camino será incrementar “la crueldad y la arbitrariedad en línea de dejar claro que son un poder cerrado”.
 
Las respuestas de estas diez personas son muy diversas al tratar de explicar por qué el Papa no se pronuncia con fuerza frente a la persecución del sector progresista de la Iglesia en Nicaragua. De sus perspectivas es posible concluir que lo más probable es que la situación no cambie radicalmente, al menos en el futuro inmediato. De lo que dicen queda también claro que la Iglesia, que está dividida, vive una situación difícil y compleja.
 
El Papa y la Secretaría de Estado del Vaticano en ningún momento darán a conocer las razones de su posición frente a la dictadura que encabeza Ortega y Murillo. Uno las tiene que derivar. Se puede estar o no de acuerdo con ellas. Su postura, en todo caso, se origina a partir del análisis político, de la situación de la Iglesia en ese país, de las posibilidades del trabajo pastoral y de la situación que viven los fieles.

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Rubén Aguilar Valenzuela, Socio fundador de Afan Consultores Internacionales, S.C. Doctor en Ciencias Sociales. Profesor en el Departamento de Comunicaciones y Ciencias Políticas de la Universidad Iberoamericana. Articulista en diversos periódicos y revistas. Fue Fundador y director de la Agencia Salpress del FMLN, el Salvador. coordinador de la Secretaría Particular de la presidencia de Fox (2002-2004) y portavoz del gobierno (2004-2006). Sus últimos libros en conjunto con Jorge Castañeda son: La Diferencia: Radiografía de un sexenio (2007) y El Narco: La Guerra Fallida (2009). Twitter: @RubenAguilar, ruben@miscuadernos.com.mx. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet

Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en  Nexos, el  10 de marzo, 2022. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet en Español no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.

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EnergiesNet.com 20 03 2022

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