By Andrés Pertierra
El 11 de julio de 2021, miles de cubanos salieron a las calles de Cuba, protestando contra las escaseces y exigiendo libertades políticas. Inmersos en una crisis económica devastadora, sin turismo por la pandemia, con las tiendas desabastecidas, un brote de covid-19 que tenía el sistema de salud al borde del colapso, agobiados por una inflación galopante, frustrados por los apagones en pleno verano caribeño, y sin verdaderos mecanismos políticos por los cuales canalizar su descontento, solo faltaba una chispa para que hubiera una explosión social. Esta comenzó en el pueblo de San Antonio de los Baños, en las afueras de La Habana, y corrió a lo largo y ancho del país.
A un año de esas protestas históricas, poco ha mejorado. Cientos de manifestantes han sido condenados, y el país aún se ve sumergido en una crisis total sin salidas fáciles.
Caminando por las calles de La Habana es difícil perder de vista lo cansada y desgastada que se ve la gente. Hablando con ellos, lo desmoralizados y frustrados que están. Ya no son los años de lento crecimiento económico bajo Raúl Castro, ni de la esperanza que trajeron los intentos de normalización bajo Obama, procesos que no resolvían los problemas políticos del país, pero por lo menos apuntaban a una mejoría económica.
Aunque la inflación ha dejado de crecer al mismo paso que el año pasado, cuando los precios en el mercado informal subieron alrededor de un 500%, el propio Estado cubano ha reconocido que no ha sido capaz de controlarla este año. Como resultado, la mayoría de la población sin ingresos directos en divisas extranjeras ha visto su capacidad de compra decrecer al punto que el aumento salarial reciente ha sido básicamente anulado. El valor del peso cubano está por el piso: a pesar de un cambio oficial con el dólar de 1:24 (al 4 de agosto), en el mercado informal se podía cambiar por más de 1:120, por lo que finalmente anunciaron que iban a subir el canje oficial a 1:120 a principios de este mes. La escasez de medicamentos no es un problema nuevo en Cuba, pero luego del brote de covid-19 del año pasado, la situación se ha vuelto aún más crítica. Pude constatar que cosas básicas como el ibuprofeno y el paracetamol andan medio perdidas, sin hablar de medicamentos más caros y especializados.
Agravando la crisis económica, el turismo aún no se ha recuperado, a pesar de que se controló el brote de coronavirus. La invasión rusa a Ucrania ha creado nuevos problemas para el ya anémico sector turístico, pues el año pasado un 40% de los turistas vinieron de Rusia. A pesar de una leve mejoría este año, la economía todavía está 7.3% por debajo de hace tres años. Si bien no está claro que la administración de Joe Biden hubiera querido regresar a la política de normalización de su predecesor demócrata, el 11-J parece haber cerrado esa puerta para el futuro próximo. En fin, aunque el gobierno cubano ha empezado a implementar reformas importantes, no está nada claro cuándo mejorará la situación fundamental de la isla, a no ser que tenga la ayuda significativa de algún patrono que supla el papel que antes jugaron la URSS y luego Venezuela.
Dado todo esto, no es de sorprender que muchos cubanos han “votado con sus pies”, y su voto es “pa’ donde sea,” mientras que no sea Cuba. Desde octubre de 2021, han llegado a Estados Unidos solo a través de la frontera con México, más de 150,000 inmigrantes de la isla caribeña, lo cual representa más de 1 de cada 100 cubanos. Ya que muchos otros se quedan en otras partes del hemisferio –desde Chile hasta Canadá– o se van a Europa, el número total de migrantes cubanos que huyen de la isla es aún mayor. Incluso un amigo entrañable que siempre juró que nunca saldría de Cuba se fue este año, aunque quería hacer su vida allí. Simplemente no veía un futuro en la isla. Si yo estuviese en sus zapatos, haría lo mismo.
Por su parte, el Estado cubano se encuentra en una posición sumamente débil y frágil. El monopolio de información del que gozaba antes, aunque siempre incompleto, está en ruinas gracias a internet. Hace una década, pocos empleados estatales tenían acceso directo al internet, que además era muy lento, y en los hoteles pedían 10 dólares por una hora de acceso, cuando los salarios estatales raramente superaban los 20 dólares mensuales. Ahora, por 250 pesos cubanos (unos 2.50 dólares) puedes comprar 1.5 GB de datos para tu celular.
Aun cuando están conscientes de que están enfrascados en una guerra de información crítica para su propia sobrevivencia, los medios estatales no han emprendido reformas. Si antes no eran muy eficaces promotores de los argumentos oficialistas, ahora que la mayoría de la población tiene acceso directo a internet, medios estatales como el Granma siguen jugando un papel, pero –como dice la broma de Les Luthiers– sobre todo un papel higiénico. Aunque lo ineficacia de los medios estatales tampoco significa que los cubanos creen todo lo que dicen los medios de oposición, sí puedo decir que ninguna persona en casi dos semanas de estancia me dijo una sola cosa positiva sobre la gestión de Miguel Díaz-Canel.
El otro papel crítico que está jugando internet, al igual que en otros países, es como mecanismo de movilización. Como demostró el 11-J, una acción popular en cualquier pueblo puede rápidamente ganar momento a nivel nacional, creando una oleada de protestas. Menos obvio es el significado de que las protestas surjan en las provincias, y no solo en la capital. Las dos mayores acciones populares desde 1959, aparte de la guerra civil en la Sierra de Escambray, fueron la Crisis de Mariel en 1980 y el Maleconazo en 1994. Ambos estuvieron centrados en la capital, mientras que la base política histórica del gobierno ha sido en las provincias, sobre todo las orientales.
El 11-J, fotos y videos de las protestas pequeñas en el occidente de la isla rápidamente corrieron a través de internet, junto con llamadas a que todos salieran a las calles. Aunque el gobierno puede tumbar las redes, y lo ha hecho, cada vez que hay una protesta, las noticias sobre ella circulan de todos modos. Solo este verano hemos visto protestas populares por apagones y otros problemas materiales desde Pinar del Río hasta Holguín. Solo falta que una de ellas se salga de control, o que la sobrerreacción del Estado provoque rechazo popular, para que haya réplicas por otras partes.
La oposición lo sabe, pues cada vez que hay una protesta no solo recibe atención mediática, sino que también provoca desinformación en forma de fotos y videos mal atribuidos (como ocurrió el mismo 11-J), tratando de animar al pueblo a sumarse y replicar por otras partes del país. Se puede ver lo vulnerable que se siente el Estado cubano con su durísima política de exilio o condena a tantos opositores, a pesar de su costo político internacional, como el ahora exiliado Yunior García Aguilera o Luis Manuel Otero, recién condenado a cinco años de cárcel.
La oposición parece entender, con cada nueva protesta, que el Estado cubano, por lo vulnerable que está, necesita tener suerte todas las veces, mientras que la oposición solo la necesita una vez. En cada nueva protesta, ambos lados están apostando todo
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Andrés Pertierra es estudiante en el programa doctoral sobre Historia de América Latina y el Caribe en la Universidad de Wisconsin-Madison. Ha escrito sobre la actualidad cubana en publicaciones como The Nation y Dissent y ha colaborado como experto sobre temas relacionados a Cuba para el canal Deutsche Welle. EnergiesNet.com reproduce este artículo en interés de nuestros lectores.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente por Letras Libres, el 11 de agosto de 2022. Todos los comentarios enviados y publicados en EnergiesNet no reflejan ni a favor ni en contra de la opinión expresada en el comentario como un respaldo de EnergiesNet o Petroleumworld.
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EnergiesNet.com 16 08 2022