Por Karim Sadjadpour
Las protestas en Irán, que ya van por su tercer mes, son una batalla histórica en la que se enfrentan dos poderosas fuerzas irreconciliables: una población mayoritariamente joven y moderna, orgullosa de su civilización de 2500 años y desesperada por el cambio frente a un régimen envejecido y aislado, decidido a mantener su poder y con 43 años de barbarie a sus espaldas.
El líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, el único que han conocido muchos de los manifestantes, parece estar enfrentándose a una versión del dilema del dictador: si no le ofrece a su población perspectivas de cambio, las protestas continuarán; pero, si lo hace, se arriesga a parecer débil y envalentonar a los manifestantes.
Las protestas comenzaron a raíz de la muerte, el 16 de septiembre, de una iraní de origen kurdo de 22 años, Mahsa Amini, tras ser detenida por la policía de la moral por infringir presuntamente las normas sobre el hiyab. Aunque la oposición iraní no está armada, ni organizada, ni tiene ningún líder, las protestas continúan a pesar de la violenta represión emprendida por el régimen. Hasta la fecha han detenido a más de 18.000 manifestantes, han matado a más de 475 y han sentenciado a muerte a otros 11. El jueves pasado, un hombre de 23 años, Mohsen Shekari, detenido en el transcurso de las protestas, fue ejecutado en la horca.
Al margen de cómo se resuelvan las protestas, parecen haber cambiado ya la relación entre el Estado iraní y la sociedad. Desobedecer la ley del hiyab sigue siendo un delito penal, pero las mujeres de todo Irán, y en especial en Teherán, se niegan cada vez más a cubrirse el cabello. En las redes sociales son muy populares los videos donde aparecen jóvenes iraníes tirándoles el turbante a unos clérigos chiíes desprevenidos.
Los símbolos del gobierno son constantemente objeto de destrozos e incendios, entre ellos, según algunas informaciones, la casa-museo del padre de la revolución, el ayatolá Ruhollah Jomeini. Los obreros de la construcción, los comerciantes de los bazares y los trabajadores de la industria petroquímica han declarado huelgas intermitentes que recuerdan a las tácticas que ayudaron a derrocar la monarquía de Irán en 1979.
Los principios ideológicos del ayatolá Jamenei y sus simpatizantes son “Muerte a Estados Unidos”, “Muerte a Israel” y la insistencia en el hiyab. En la filosofía de gobierno de Jamenei han influido tres importantes colapsos del autoritarismo: la caída de la monarquía en 1979, la disolución de la Unión Soviética en 1991 y las revueltas árabes de 2011. La lección que extrajo de estos acontecimientos ha sido no ceder nunca bajo presión y no ceder nunca en los principios. Cada vez que Jamenei se ha visto en la disyuntiva entre la reforma y la represión, se ha decantado siempre por redoblar la represión.
La rigidez de los defensores de la línea dura en Irán no obedece solo a una convicción ideológica, sino también a su profundo conocimiento de la interacción entre gobernantes y gobernados. Como dijo Alexis de Tocqueville: “El momento más peligroso para un mal gobierno suele ser aquel en el que empieza a reformarse”.
Jamenei sabe que anular la obligatoriedad del hiyab abrirá la puerta a la libertad, y que muchos iraníes lo interpretarán como una señal de vulnerabilidad, no como un acto de magnanimidad. La libertad de vestimenta no bastará para aplacar a esos iraníes, sino que los animará a exigir todas las libertades que se les negaron en una teocracia, incluida la libertad de beber, comer, amar, ver, escuchar y, sobre todo, decir lo que quieran.
Hay algunas señales de descoordinación entre la élite gobernante. Mientras que algunos funcionarios han insinuado que la infame policía de la moral será abolida, otros han dicho que solo se trata de una táctica temporal para restablecer el orden. “La caída del hiyab es la caída de la bandera de la República Islámica”, dijo Hossein Jalali, clérigo aliado de Jamenei y miembro de la Comisión de Cultura del Parlamento iraní. “Los velos volverán a las cabezas de las mujeres en dos semanas”, dijo, y las que se nieguen a obedecer podrían enfrentarse a la congelación de sus cuentas bancarias.
La capacidad represora del régimen iraní sigue siendo abrumadora, al menos en teoría. El ayatolá Jamenei es el comandante supremo de los 190.000 agentes armados de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, que supervisan a decenas de miles de paramilitares del Basij, encargados de infundir temor e inculcar moralidad en la población. Es improbable que el ejército regular, no ideológico, cuyas fuerzas activas se estiman en 350.000 efectivos, participe en la represión masiva; sin embargo, las esperanzas de los manifestantes de que se unieran a la oposición han sido en vano, por el momento.
Hasta ahora, los intereses políticos y económicos del ayatolá Jamenei y de la Guardia Revolucionaria han estado entremezclados, pero la persistencia de las protestas y los cánticos de “Muerte a Jamenei” podrían cambiar esa circunstancia. ¿Querrán las fuerzas de seguridad de Irán seguir matando iraníes para proteger el régimen de un clérigo octogenario impopular y enfermo que espera legar su poder a Mojtaba Jamenei, su hijo, igual de impopular?
Las deliberaciones internas de los servicios de seguridad de Irán siguen siendo una incógnita. Sin embargo, es probable que, al igual que los ejércitos de Túnez y Egipto en 2011, parte de ellos hayan empezado a considerar la posibilidad de soltar amarras con el dictador para proteger sus propios intereses.
El sociólogo Charles Kurzman escribió en su obra seminal, The Unthinkable Revolution in Iran, que la paradoja de los movimientos revolucionarios es que no son viables hasta que consiguen el apoyo de una masa crítica; pero que, para conseguir el apoyo de una masa crítica, tienen que ser percibidos como viables.
El movimiento de protesta no ha alcanzado aún ese punto de inflexión, pero hay abundantes indicios de que una masa crítica de la sociedad iraní tiene dudas sobre la futura viabilidad del régimen. “Lo que quiere la gente es un cambio de régimen, y no una vuelta al pasado”, dijo Nasrin Sotoudeh, renombrada abogada de derechos humanos y presa política que lleva mucho tiempo pidiendo una reforma, en vez de una revolución. “Y por lo que vemos con las actuales protestas y huelgas que se están iniciando ahora, existe una posibilidad muy real de un cambio de régimen”.
Como muchos regímenes autocráticos, la República Islámica ha gobernado desde hace mucho tiempo a través del miedo, pero hay crecientes indicios de que el miedo se está disipando. Algunas deportistas y actrices han empezado a competir y actuar sin el hiyab —un delito penal por el que otras mujeres han sido condenadas a sentencias de cárcel de dos dígitos—, lo que ha inspirado a otras a secundarlas. Y presos políticos como Hossein Ronaghi se han mantenido firmes contra el régimen, a pesar del encarcelamiento y las torturas. En vez de disuadir a los manifestantes, sus muertes han dado lugar a ceremonias de duelo que perpetúan las protestas.
Si el principio organizador que unió a las dispares fuerzas de oposición de Irán en 1979 fue el antiimperialismo, los principios organizadores del movimiento, muy diverso en términos socioeconómicos y étnicos, son el pluralismo y el patriotismo. Los rostros de este movimiento no son ideólogos ni intelectuales, sino deportistas, músicos, gente común y, en especial, mujeres y minorías étnicas, que han demostrado una valentía muy poco frecuente. Sus consignas son patrióticas y progresistas: “No nos iremos de Irán, reclamaremos Irán” y “Mujeres, vida, libertad”.
Las demandas del actual movimiento están excelentemente sintetizadas en la canción “Baraye” (“Por”), de Shervin Hajipou, que se ha convertido en el himno de las protestas y expresa “el anhelo de tener una vida normal”, en vez del “paraíso forzoso” de un Estado policial religioso.
Altos funcionarios de los servicios de inteligencia estadounidenses e israelíes han declarado hace poco que no creen que las protestas en Irán constituyan una grave amenaza para el régimen. Sin embargo, la historia ha demostrado repetidas veces que ningún servicio de inteligencia, teoría de la politología o algoritmo pueden predecir con exactitud los tiempos y los resultados de las rebeliones populares: la CIA juzgó en agosto de 1978, menos de 6 meses antes del derrocamiento de la monarquía de Irán, que el país ni siquiera estaba en fase “prerrevolucionaria”.
Esto se debe a que ni siquiera los propios protagonistas —en este caso, el pueblo y el régimen iraníes— pueden prever sus acciones a medida que transcurre este drama.
Abbas Amanat, historiador de Irán, observó que una de las claves de la longevidad de la civilización iraní, que se remonta 2500 años hasta el Imperio persa, es la capacidad de su cultura para integrar a sus invasores militares. “Durante casi dos milenios, la cultura política persa y, en un sentido más amplio, un repositorio de herramientas civilizatorias persas, lograron convertir a los conquistadores túrquicos, árabes y mongoles”, me dijo. “La lengua, el mito, la memoria histórica y la medición del tiempo de los persas perduró. Los iraníes persuadieron a los invasores de que valoraran la alta cultura persa: la poesía, la gastronomía, la pintura, el vino, la música, las fiestas y la etiqueta.”
Cuando el ayatolá Jomeini ascendió al poder en 1979, lideró una revolución cultural cuyo objetivo era sustituir el patriotismo iraní por una identidad puramente islámica. El ayatolá Jamenei continúa esa tradición, pero es uno de los pocos creyentes de verdad que quedan. Mientras que la República Islámica buscaba el sometimiento de la cultura iraní, son la cultura y el patriotismo iraníes lo que están amenazando con derruir la República Islámica.
Cuatro décadas de “poder duro” de la República Islámica acabarán siendo derrotados por dos milenios de “poder blando” cultural iraní. La pregunta ya no es si esto sucederá, sino cuándo. La historia nos ha enseñado que existe una relación indirectamente proporcional entre la valentía de una oposición y la determinación de un régimen, y que el colapso del autoritarismo a menudo pasa de ser inconcebible a ser inevitable en cuestión de días.
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Karim Sadjadpour es miembro sénior del Carnegie Endowment for International Peace, donde se centra en Irán y en la política exterior estadounidense para el Medio Oriente. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet.com.
Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en The New York Times (NYTimes), el 13 de diciembre, 2022. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet.com no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.
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EnergiesNet.com 20 12 2022