Por Jorge Castañeda
NUEVA YORK – Para el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, el comienzo del final ya ha llegado. AMLO (como se lo suele llamar) asumió el 1 de diciembre de 2018, con promesas de mejorar la economía de México, reducir la pobreza y la desigualdad, hacer frente a la corrupción y a la violencia y fortalecer la joven democracia del país. Dejará el cargo el 30 de septiembre de 2024. Con la mayor parte de su mandato ya transcurrida, casi todo lo que podía hacer está hecho, y no es mucho.
AMLO no mejoró la economía. De hecho, el PIB de México ni siquiera regresó al nivel prepandémico, y las proyecciones del Fondo Monetario Internacional y de la OCDE para 2023 y 2024 indican que es posible que no haya crecido en lo absoluto durante los seis años de gobierno de AMLO.
Peor aún, el futuro se muestra ominoso. Después de 2019, la tasa general de inversión cayó a menos del 20% del PIB. Y a pesar de las predicciones de que a México lo beneficiará la adopción de la relocalización o «near-shoring» por parte de empresas estadounidenses, la poca inversión actual es garantía casi segura de un crecimiento anémico en los próximos años. Puede que algún día la economía de México vuelva a crecer, pero falta mucho para ese día.
Para ser justos, una pandemia seguida de recesión global no es algo muy propicio al crecimiento económico o a la reducción de la desigualdad. Desde el inicio de 2020 hasta el final de 2021, más de tres millones de mexicanos cayeron en la pobreza. A pesar de los programas sociales de AMLO para los ancianos, los estudiantes de secundaria y los pueblos indígenas, no parece probable que cuando deje el cargo, México vaya a tener en general mejores cifras en materia de desigualdad y pobreza que las que tenía cuando llegó.
Pero hay muchas cosas por las que AMLO no puede culpar a la pandemia. En particular, su elección como presidente es atribuible a que puso el combate a la corrupción en primer lugar de su plataforma. Pero incumplió esa promesa.
Los mexicanos siempre esperan que el nuevo gobierno sea menos corrupto que el anterior, y esto se aplica muy bien a la victoria electoral de AMLO. El gobierno de Enrique Peña Nieto y el regreso al poder del Partido Revolucionario Institucional confirmaron los peores temores de los votantes. A la mayoría de los mexicanos, la pequeña camarilla de funcionarios que gobernaron México entre 2012 y 2018 les pareció infinitamente corrupta. Haciendo campaña contra ellos, AMLO creó la expectativa de que bajo su liderazgo, el pecado original y perpetuo de México hallaría por fin expiación.
Es verdad que durante el gobierno de AMLO se acusó y encarceló a dos integrantes del gabinete de Peña Nieto, pero la opinión general es que se trató en ambos casos de chivos expiatorios, y que su enjuiciamiento fue más un guiño de justicia que la cosa en sí. Según todas las encuestas, los mexicanos creen que la promesa de combatir la corrupción no se mantuvo. En un estudio publicado por el periódico Reforma a principios de diciembre de 2020, sólo el 40% de los encuestados aprobó lo hecho por el gobierno para combatir la corrupción. Hablar con líderes empresariales, periodistas, representantes de la sociedad civil y (lo más elocuente) la gente común es comprender la creencia endémica de que hay tanta corrupción como siempre en todos los niveles (desde los grandes proyectos del presidente hasta el policía que dirige el tránsito) o acaso más.
Pero AMLO tampoco cumplió sus otras promesas. La delincuencia violenta está peor que antes. La tasa de homicidios por cien mil habitantes (la única estadística delictiva realmente sólida y fiable en un país en el que no se denuncia más del 90% de los ilícitos) tuvo un marcado aumento en 2019 y la primera mitad de 2020; y aunque se desaceleró un poco en 2022, sigue siendo más alta que durante Peña Nieto (y es posible que la cifra real sea aun mayor). Pese a que la cantidad de homicidios se redujo de más de 90 a cerca de 80 por día, aumentó la cantidad de personas desaparecidas, lo que lleva a algunos analistas a preguntarse si los funcionarios no estarán clasificando los homicidios como «desapariciones».
Además, aunque AMLO nunca prometió perfeccionar la incipiente democracia mexicana, sí insinuó que la iba a fortalecer. Pero en vez de eso, restó poder a agencias autónomas, atacó al organismo electoral y puso en peligro la independencia judicial. Figuras críticas han sido blanco de acusaciones en las presentaciones diarias del presidente ante la prensa, y se ha silenciado a periodistas y activistas por los derechos humanos.
Un hecho más preocupante es que AMLO expandió el papel de las fuerzas armadas mexicanas. Por muchos años, las actividades de los uniformados en México se limitaron a dar ayuda en caso de desastre natural, combatir a narcotraficantes y cárteles y desfilar los días de fiesta nacional. Pero estos últimos años, no sólo han asumido funciones de policía, sino que también se han hecho cargo de infraestructuras, oficinas de aduana en puertos y aeropuertos y el control del tránsito aéreo. Lideran la guerra contra las drogas, son una presencia ubicua en las autopistas e incluso participan en la construcción de una línea ferroviaria entre importantes sitios turísticos de la península de Yucatán.
El argumento oficial para ampliar el tamaño y las responsabilidades de las fuerzas armadas fue que los militares son más honestos y eficientes. Pero no hay en la historia de México nada que lo respalde. Por el contrario, un ejército poderoso plantea un nuevo reto a la democracia mexicana. Si un futuro presidente decidiera enviar a los soldados de regreso a los cuarteles, ¿se resignarán estos y sus oficiales a perder sus nuevas prebendas? Al parecer AMLO no ha considerado esta posibilidad, o si lo hizo, no le importó.
Una economía que no arranca, corrupción, violencia, la erosión de la democracia y un ejército con nuevos poderes. Eso es la presidencia de AMLO. Y sólo nos queda el viejo ritual mexicano de esperar que el próximo presidente sea mejor y diferente. Puede que el próximo cumpla su palabra. Puede que combata en serio la corrupción. Puede que transforme a México para mejor, o, en su defecto, al menos consiga más que AMLO, cuya presidencia, a pesar de todas sus promesas, no ha sido mucho más que un ir tirando.
Traducción: Esteban Flamini
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Jorge G. Castañeda, Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia y Sólo así: por una agenda ciudadana independiente. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet.com.
Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado inglés en Project Syndicate, el 21 de diciembre del 2022. Traducción al español por Elio Ohep, EnergyNet.com. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet.com no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.
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EnergiesNet.com 26 12 2022