Por Margaret Renkit
Cuando el Nashville Scene organizó su primer concurso anual You Are So Nashville If (“Eres muy Nashville si”) en 1989, la frase ganadora fue: “Crees que nuestro Partenón es mejor porque el otro se cayó a pedazos”.
Los ganadores del ya tradicional concurso del Nashville Scene destilan infaliblemente el zeitgeist de la ciudad, pero sigo pensando en esta cada vez que paso por delante del Partenón. Hace un guiño a lo absurdo de encontrar una réplica exacta a tamaño natural de un antiguo templo ateniense en un parque de la ciudad de Nashville, al tiempo que reconoce la impresionante grandeza del edificio.
A mediados del siglo XIX, Nashville era conocida como la Atenas del sur, en referencia al número extraordinariamente elevado de facultades y universidades de la ciudad. El auténtico Partenón se construyó en el siglo V a. C. como un templo para Atenea, la diosa protectora de Atenas. Nuestro Partenón se construyó en 1897 como espacio de exposición temporal con motivo de la celebración del centenario de Tennessee.
En la actualidad es un museo y sigue en pie en Centennial Park, rodeado de 53 hectáreas de jardines y otros espacios públicos. Al igual que el Partenón original, el Partenón de Nashville le dice al mundo algo sobre cómo se ve la ciudad a sí misma, cómo espera ser comprendida y las verdades que más valora.
Siguiendo esa tradición, las autoridades del Partenón de Nashville acaban de anunciar que el museo devolverá a México su colección de 248 objetos precolombinos. Esta decisión de un pequeño museo local ilustra las cuestiones prácticas, morales y éticas con las que se enfrentan museos mucho más grandes, como el Museo Metropolitano de Nueva York y el Museo Británico de Londres, a la hora de decidir qué hacer con las obras de sus colecciones que fueron saqueadas de otras culturas.
Las obras precolombinas llegaron al Partenón a través de donaciones de dos coleccionistas privados en las décadas de 1960 y 1970. Los objetos abarcan herramientas, instrumentos musicales, vasijas de cerámica, efigies y esculturas de animales (entre ellas, un encantador perro mexicano sin pelo).
Una muestra representativa ha estado en una exhibición al público desde el 18 de abril en una muestra titulada Repatriation and Its Impact (La repatriación y su impacto). Tras la clausura de la muestra, el 14 de julio, toda la colección se entregará al Instituto Nacional de Antropología e Historia en Ciudad de México.
Recorrí la exposición con Bonnie Seymour, curadora adjunta que se incorporó al museo hace dos años. La necesidad de abordar las implicaciones éticas de esta colección quedó clara en su primer día de trabajo. Recordó haberse detenido en las antigüedades precolombinas mientras recorría las obras de arte almacenadas en el museo y pensar: “Bueno, aquí no es donde deberían estar”.
Con obras de arte recogidas antes de que existieran las normas éticas que siguen los coleccionistas actuales, la cuestión de dónde deben estar las antigüedades suele ser intensa. “Cada caso de repatriación es diferente”, se preocupó de señalar Seymour.
Cuando la procedencia de una obra no está clara, o falta la documentación de su adquisición legal, o cuando es muy querida por los visitantes del museo, o la decisión es políticamente delicada, o la obra tiene un significado cultural que va mucho más allá de su lugar de origen, o cuando la legislación local impide al museo repatriar la obra, todas estas circunstancias y otras pueden complicar lo que podría parecer una cuestión sencilla.
Por muchos de estos motivos, el Museo Británico se debate entre qué hacer con un grupo de frisos y estatuas de tamaño natural, conocidos desde hace tiempo como los Mármoles de Elgin, que fueron retirados del Partenón ateniense a finales del siglo XVIII y principios del XIX a instancias de Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin. En aquella época, Atenas formaba parte del Imperio otomano y el conde fungía como su embajador británico. Para entonces, el antiguo Partenón ya había sufrido graves daños a causa de las guerras.
Como bien escribió Rebecca Mead en un detallado artículo para The New Yorker, el embajador se hizo con las esculturas del Partenón, como se llaman ahora, con el permiso tácito de las autoridades turcas. En 1816 vendió las esculturas al Museo Británico. Poco después de su independencia, Grecia empezó a reclamar la devolución de las esculturas del Partenón. Desde entonces no ha dejado de pedirlo.
En cambio, la cuestión de la repatriación de los objetos precolombinos fue mucho más fácil de decidir para los funcionarios del Partenón de Nashville. Se sabía que muchas de las antigüedades habían sido excavadas sin el permiso de las autoridades mexicanas. No estaban relacionadas con la misión del museo. No estaban expuestas ni tenían valor sentimental para los habitantes de Nashville. La obligación ética del museo hacia estas obras de arte realizadas por el pueblo de otra cultura y hacia el pueblo de cuya historia surgieron era clara y no se veía complicada por exigencias políticas.
La directora del Partenón, Lauren Bufferd, y la directora del Departamento de Parques y Recreación de al área metropolitana, Monique Horton Odom, apoyaron de inmediato la reacción instintiva de Seymour: estos artefactos no pertenecen a este lugar. Pertenecen al pueblo de México, cuya historia comparten y pueden ayudar a esclarecer.
Pero primero, Seymour tuvo que investigar la procedencia de cada pieza. Un museo apropiado en México tenía que aceptar la donación. Hubo que consultar al consulado de México en Atlanta. Los obstáculos del procedimiento requirieron la ayuda del asesor jurídico del área metropolitana de Nashville. El Consejo Metropolitano, órgano legislativo de Nashville, tuvo que aprobar una ordenanza que permitiera al Partenón retirar la donación de la colección precolombina y proceder a la repatriación. La historia se desarrolló de un modo que debería enorgullecer a todos los habitantes de Nashville.
La exposición es bilingüe y ha sido mucho más que una última muestra de objetos que pronto volverán a su país de origen. También es un curso intensivo sobre las complejidades de la retirada de objetos y su repatriación a las culturas que los crearon.
Unos gráficos explican el contexto histórico de la colección de arte en épocas anteriores, ejemplos recientes de repatriación llevados a cabo por otros museos y el papel de las réplicas en la sustitución de las obras originales para su uso en programas educativos.
La exposición también incluye obras de José Vera González, artista radicado en Nashville y originario de la región donde se excavaron estas obras. Sus creaciones multimedia ilustran de forma visual y visceral los vínculos entre los artistas contemporáneos y su historia cultural. La exposición ocupa una pequeña galería, pero transmite todo un mundo.
El Partenón de Nashville fue restaurado y reconstruido como estructura permanente a principios del siglo XX. Restaurado de nuevo en la década de 1990, alberga en la actualidad una gloriosa estatua dorada de Atenea de casi 13 metros de altura, réplica a tamaño natural de la estatua que en el pasado fue la pieza central del Partenón ateniense. La Atenea original, esculpida por el escultor Fidias, se perdió en la historia. La nuestra fue construida por un escultor de Nashville, Alan LeQuire. Al igual que las figuras de los frontones del edificio, muchas de las cuales se han perdido o dañado en el original griego, la Atenea de LeQuire se creó tras una minuciosa investigación. Lo más cerca que se puede estar de ver el antiguo Partenón ateniense intacto por el tiempo es venir a Nashville.
Por supuesto, no es cierto que nuestro Partenón sea mejor porque el otro se cayó en pedazos, pero es un argumento poderoso, aunque improbable, para devolver las obras de arte a las culturas que las crearon. Hay muchas formas de conocer la creatividad de culturas anteriores que no incluyen el robo o la coacción económica.
Al devolver toda su colección precolombina a México, el equipo de curadores del Partenón de Nashville, con la ayuda de un gran número de otras personas del gobierno de Nashville, ha demostrado discretamente una verdad innegable: si algo no es verdaderamente tuyo, tienes que devolverlo.
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Margaret Renkl, colaboradora de la sección de Opinión, es autora de los libros The Comfort of Crows: a Backyard Year, Graceland, at Last y Late Migrations. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet.com.
Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en The New York Times, el 28 de mayo del 2024. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet.com no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.
Un museo en EE. UU. devuelve objetos a México. Como debe ser – The New York Times (nytimes.com)
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EnergiesNet.com 05 06 2022