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Las metamorfosis del greenwashing: de las falsas soluciones y la crisis climática -Carlos Tornel/Nexos

Illustracion:Victor Solis

Por Carlos Tornel

A pesar de la magnitud de la catástrofe climática, la mayor parte de las soluciones que se nos ofrecen son falsas, por lo que resulta más importante que nunca formar alianzas, organizar y proponer alternativas que vayan más allá de las negociaciones internacionales, el mercado, la democracia formal y representativa, y el Estado. Es en ese contexto que publicamos Navegando el colapso: una guía de las falsas soluciones ante el colapso climático. La guía se presenta como un testimonio del avance de la crítica y el discurso que la sociedad civil y las sociedades en movimiento han realizado ante la proliferación de propuestas que buscan enmascarar el desarrollo sostenible, la modernización ecológica y el capitalismo verde como posibles soluciones al colapso del clima. Estas propuestas, como demuestra la guía, son una forma de sostener lo insostenible, de hacer pasar por sensato lo descabellado y de transformar la profunda y exagerada desigualdad en la norma y no en la excepción.

Entre estos avances destacan la reiteración de que el problema es el sistema y no el clima. Cuestión que ha alcanzado los niveles más altos de las negociaciones internacionales y el hecho de que ya son más quienes vemos a quienes negocian en la ONU o en las Conferencias de las Partes (COPs) como seres tan responsables como lo son las grandes petroleras. Cada vez somos más quienes denunciamos el discurso de las empresas y los gobiernos como greenwashing; y gracias al trabajo de varias sociedades en movimiento hemos logrado identificar las formas en las que los discursos, las promesas y las propuestas se hacen pasar por soluciones.

Al mismo tiempo, esta guía pretende refutar a aquellos quienes catalogan las propuestas que buscan ir más allá del Estado y del mercado como irracionales, políticamente inviables y como sueños utópicos o románticos. En un contexto en donde la mayoría prefiere la seguridad sobre la justicia, es más fácil rechazar propuestas radicales que parecen imposibles en vez de apostar a lo que “ya tenemos”. Como recuerda Galeano en este mundo al revés, “se nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo”. La única alternativa viable para atender esta crisis surge desde la organización comunitaria y las posibilidades de llevar estas acciones hacia lo local y los múltiples abajos. Lo anterior es un proceso que no sucederá de un día a otro, sino que debe constituir una posibilidad paulatina para dejar de depender de las instituciones que continúan imponiendo de forma cada vez más violenta el capitalismo verde y la lógica del desarrollo.

Por falsas soluciones, como las definimos en la guía, entendemos la aglomeración de discursos, tecnologías, dispositivos financieros, medidas regulatorias y políticas públicas que de forma superficial pretenden ofrecer una solución a uno o varios de los problemas interconectados y asociados de la crisis climática y el colapso de la modernidad occidental. El propósito de las falsas soluciones es, pues, encontrar una forma en la que la realidad que existe no tenga que cambiar, sino que sean pequeñas modificaciones al sistema económico o político las que nos permitan abordar los problemas que amenazan la normalidad. El problema, como dijimos una y otra vez durante los primeros meses de la pandemia, es que la normalidad es el problema.

Ejemplos de las falsas soluciones van desde la energía nuclear, el avance de las energías renovables a escala de megaproyectos, el gas como energía de transición, los mercados de carbono y el despliegue de la geoingeniería —que entre sus muchas iteraciones incluye el uso de aerosoles para opacar los rayos solares, el uso de grandes turbinas para capturar el CO2 en el aire o la quema de plantaciones de árboles para producir energía y luego “secuestrar” bajo tierra las emisiones resultantes. Algunas de ellas van más allá, buscando hacer más eficiente el retorno de petróleo al inyectar el CO2 excedente para obtener una mejor producción.1 Si tuviéramos que reducirlo a una frase: las falsas soluciones son una forma de maquillar el colapso; son la forma de ajustar los tornillos de una estructura de madera húmeda y podrida.

Los retos por venir

A nivel internacional, las compañías y países ricos siguen hablando de Net Zero, como la forma de compensar su falta de acción durante las siguientes décadas, proponiendo crear enormes plantaciones de árboles que puedan fungir como una indulgencia por sus emisiones de gases de efecto invernadero. Oxfam calcula que para cumplir con los compromisos de reducción de emisiones de cuatro de las petroleras más grandes del mundo (BP, Eni, Shell y Total Energies), se requerían una superficie equivalente a más del doble del tamaño del Reino Unido para lograr el objetivo de cero emisiones en 2050. Sólo Shell necesitará un territorio del tamaño de Honduras para 2030.

Otras apuestas como la geoingeniería también serían enormemente intensivas en su uso del espacio. La bioenergía con captura y secuestro de carbono o “BECCS” —la cual se incluye en casi todos los escenarios del IPCC para alcanzar el objetivo de 1.5°C— necesitaría crear plantaciones de biocombustibles que cubran un área de dos a tres veces el tamaño de la India, engullendo casi dos tercios de la tierra cultivable del planeta para producir energía. La captura directa de CO2 o “DAC” es igualmente problemática por su costo, escala, espacio requerido y por su alta demanda de energía. Este proceso requiere casi tanta energía como la contenida en los combustibles fósiles que produjeron el CO2 en primer lugar.

Las falsas soluciones son una forma de negacionismo climático, aun cuando el escepticismo sobre la influencia humana sobre el clima se ha esfumado de buena parte de la discusión pública (lo que no quiere decir que se ha eliminado). Ese tipo de negacionismo fue sustituido por el escepticismo de que es el capitalismo es el culpable de transformar el clima a través de la colonización de la atmósfera y la constitución de un apartheid climático a escala planetaria. Así, el greenwashing ya no es sólo un paliativo o una estrategia discursiva para legitimar las industrias contaminantes, sino que se ha convertido en la cara más visible con la que opera el capitalismo. Es decir, el greenwashing es una forma de garantizar, legitimar y expandir las fronteras de la mercancía que constituyen el capitalismo. La evidencia está en dos sucesos que vale la pena retomar. El primero es el anuncio de BlackRock, el fondo de inversiones más grande de Wall Street y del mundo, anunció poco antes de que comenzara la pandemia la intención de dirigir sus fondos de más de un trillón de dólares al cambio climático. Al mismo tiempo, Elon Musk se convertía en el hombre más rico del planeta.

Estos dos sucesos pueden sonar como buenas noticias: ¿cuál es el problema con invertir trillones de dólares en el cambio climático?, ¿no es exactamente lo que necesitamos? Y el hecho de que la compañía que produce autos eléctricos produzca al hombre más rico del planeta, ¿no es una señal de su compromiso con el cambio climático? Para responder estas preguntas, hace falta regresar a la vieja discusión de Marx sobre la tecnología y recordar cómo funciona el capitalismo, pues de otra forma seguiremos reproduciendo y formulando oximorones y entelequias como capitalismo verde, desarrollo sostenible, etc.

En el siglo XIX el problema a resolver era entender por qué el aumento del trabajo mecánico/tecnológico no se traducía en una reducción en el trabajo humano y por lo tanto en un aumento en el bienestar social. La respuesta es que el capitalismo no se traduce en una mejor condición para la mayoría sino en la acumulación de la plusvalía de aquello que se produce por una pequeña élite. El aumento de la producción implicaba una mayor oportunidad de acumulación, mientras que el advenimiento de los combustibles fósiles permitió a los capitalistas acelerar un proceso de acumulación global que se venía gestando desde el siglo XV.

Lo mismo sucede en la actualidad, con la importante salvedad de que nos encontramos en una situación en la que el futuro del capitalismo —y, por supuesto, el de la humanidad— está amenazado por la destrucción del entorno natural. Las fronteras que permiten solucionar la acumulación del capital se han agotado poco a poco, pues el capitalismo es, a fin de cuentas, global. Sin embargo, el capitalismo verde ofrece una posibilidad de extender la vida del mismo modelo de acumulación un poco más, pero esto no es más que una solución temporal. En una sociedad en la que el motor es la acumulación por acumulación, simplemente no es posible resolver la crisis climática: el capitalismo es la crisis del planeta.

La descarbonización del norte como una falsa solución

En el vecino del norte las falsas soluciones y el maquillaje verde se manifiestan de otras formas. La esquizofrénica ley en contra de la inflación que fue aprobada por el Senado apunta a incrementar de forma acelerada los incentivos para la electrificación de la movilidad, las baterías y energías renovables como la eólica y la solar, además de abrir nuevas concesiones a los combustibles fósiles. Su aprobación marca un avance importante en la tendencia de aumento de energía renovable que pronostican la Agencia Internacional de Energía (AIE) y el Banco Mundial, en donde la energía solar y eólica experimentarán un crecimiento de hasta 11 y 20 veces respectivamente para 2050 a nivel global. Junto con la demanda de vehículos eléctricos y baterías para almacenamiento implica un aumento en la demanda de minerales como el litio, que tendrá un incremento del 488 %, grafito de 494 % y de hasta 460 % para cobalto. También estima que para el 2050 otros minerales como el indio, vanadio, níquel, plata, neodimio, molibdeno, aluminio, cobre y manganeso, experimentaran demandas similares (además de alcanzar picos de producción durante este siglo).

De esta forma Estados Unidos convertirá la descarbonización y la transición energética en una nueva forma de transferir los costos y desplazar las zonas de sacrificio al sur global en donde se encuentran la mayoría de las reservas de varios de estos minerales. Lo anterior significa que las tendencias de violencia asociadas al extractivismo se incrementarán aún más, así como aquellas que afectan directamente a quienes defienden el territorio. Pensando dentro de los confines de sus murallas, a Estados Unidos le preocupa poco lo que sucede fuera de ellas. El sueño de la descarbonización y del capitalismo verde se convertirán en la nueva pesadilla en forma de explotación, despojo, degradación y contaminación que vivirán los ya oprimidos. Una verdadera propuesta de descarbonización tendría que venir acompañada de una ley que eliminé el imperativo del crecimiento económico, que elimine el desperdicio y que proponga una redistribución radical material y energética.

A fin de cuentas, las falsas soluciones no se manifiestan de forma lineal, sino que vienen acompañadas y a veces camufladas como nuevas innovaciones tecnológicas, neocolonialismos y como historias de emprendedurismos, desarrolladores y filantrópicos. Al mismo tiempo, proveen el discurso y las bases del maquillaje verde que permiten al capitalismo adaptarse a los retos que supone el cambio climático. En otras palabras, no es una sorpresa que en Wall Street y en los boards de compañías mineras y petroleras el tema ya no sea tabú: el capitalismo verde es la forma en la que el capitalismo fósil podrá mantener el statu quo —creando nuevas zonas de sacrificio disfrazadas de indulgencias, mientras que Wall Street, de la mano de BlackRock y Tesla, se encargará de utilizar los trillones de dólares de capital sobreacumulado en producir las condiciones de una atmósfera más o menos estable para que la acumulación del capital pueda continuar ininterrumpida.

A pesar de la magnitud de la catástrofe climática, la mayor parte de las soluciones que se nos ofrecen son falsas, por lo que resulta más importante que nunca formar alianzas, organizar y proponer alternativas que vayan más allá de las negociaciones internacionales, el mercado, la democracia formal y representativa, y el Estado. Es en ese contexto que publicamos Navegando el colapso: una guía de las falsas soluciones ante el colapso climático. La guía se presenta como un testimonio del avance de la crítica y el discurso que la sociedad civil y las sociedades en movimiento han realizado ante la proliferación de propuestas que buscan enmascarar el desarrollo sostenible, la modernización ecológica y el capitalismo verde como posibles soluciones al colapso del clima. Estas propuestas, como demuestra la guía, son una forma de sostener lo insostenible, de hacer pasar por sensato lo descabellado y de transformar la profunda y exagerada desigualdad en la norma y no en la excepción.

Entre estos avances destacan la reiteración de que el problema es el sistema y no el clima. Cuestión que ha alcanzado los niveles más altos de las negociaciones internacionales y el hecho de que ya son más quienes vemos a quienes negocian en la ONU o en las Conferencias de las Partes (COPs) como seres tan responsables como lo son las grandes petroleras. Cada vez somos más quienes denunciamos el discurso de las empresas y los gobiernos como greenwashing; y gracias al trabajo de varias sociedades en movimiento hemos logrado identificar las formas en las que los discursos, las promesas y las propuestas se hacen pasar por soluciones.

Al mismo tiempo, esta guía pretende refutar a aquellos quienes catalogan las propuestas que buscan ir más allá del Estado y del mercado como irracionales, políticamente inviables y como sueños utópicos o románticos. En un contexto en donde la mayoría prefiere la seguridad sobre la justicia, es más fácil rechazar propuestas radicales que parecen imposibles en vez de apostar a lo que “ya tenemos”. Como recuerda Galeano en este mundo al revés, “se nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo”. La única alternativa viable para atender esta crisis surge desde la organización comunitaria y las posibilidades de llevar estas acciones hacia lo local y los múltiples abajos. Lo anterior es un proceso que no sucederá de un día a otro, sino que debe constituir una posibilidad paulatina para dejar de depender de las instituciones que continúan imponiendo de forma cada vez más violenta el capitalismo verde y la lógica del desarrollo.

Por falsas soluciones, como las definimos en la guía, entendemos la aglomeración de discursos, tecnologías, dispositivos financieros, medidas regulatorias y políticas públicas que de forma superficial pretenden ofrecer una solución a uno o varios de los problemas interconectados y asociados de la crisis climática y el colapso de la modernidad occidental. El propósito de las falsas soluciones es, pues, encontrar una forma en la que la realidad que existe no tenga que cambiar, sino que sean pequeñas modificaciones al sistema económico o político las que nos permitan abordar los problemas que amenazan la normalidad. El problema, como dijimos una y otra vez durante los primeros meses de la pandemia, es que la normalidad es el problema.

Ejemplos de las falsas soluciones van desde la energía nuclear, el avance de las energías renovables a escala de megaproyectos, el gas como energía de transición, los mercados de carbono y el despliegue de la geoingeniería —que entre sus muchas iteraciones incluye el uso de aerosoles para opacar los rayos solares, el uso de grandes turbinas para capturar el CO2 en el aire o la quema de plantaciones de árboles para producir energía y luego “secuestrar” bajo tierra las emisiones resultantes. Algunas de ellas van más allá, buscando hacer más eficiente el retorno de petróleo al inyectar el CO2 excedente para obtener una mejor producción.1 Si tuviéramos que reducirlo a una frase: las falsas soluciones son una forma de maquillar el colapso; son la forma de ajustar los tornillos de una estructura de madera húmeda y podrida.

Los retos por venir

A nivel internacional, las compañías y países ricos siguen hablando de Net Zero, como la forma de compensar su falta de acción durante las siguientes décadas, proponiendo crear enormes plantaciones de árboles que puedan fungir como una indulgencia por sus emisiones de gases de efecto invernadero. Oxfam calcula que para cumplir con los compromisos de reducción de emisiones de cuatro de las petroleras más grandes del mundo (BP, Eni, Shell y Total Energies), se requerían una superficie equivalente a más del doble del tamaño del Reino Unido para lograr el objetivo de cero emisiones en 2050. Sólo Shell necesitará un territorio del tamaño de Honduras para 2030.

Otras apuestas como la geoingeniería también serían enormemente intensivas en su uso del espacio. La bioenergía con captura y secuestro de carbono o “BECCS” —la cual se incluye en casi todos los escenarios del IPCC para alcanzar el objetivo de 1.5°C— necesitaría crear plantaciones de biocombustibles que cubran un área de dos a tres veces el tamaño de la India, engullendo casi dos tercios de la tierra cultivable del planeta para producir energía. La captura directa de CO2 o “DAC” es igualmente problemática por su costo, escala, espacio requerido y por su alta demanda de energía. Este proceso requiere casi tanta energía como la contenida en los combustibles fósiles que produjeron el CO2 en primer lugar.

Las falsas soluciones son una forma de negacionismo climático, aun cuando el escepticismo sobre la influencia humana sobre el clima se ha esfumado de buena parte de la discusión pública (lo que no quiere decir que se ha eliminado). Ese tipo de negacionismo fue sustituido por el escepticismo de que es el capitalismo es el culpable de transformar el clima a través de la colonización de la atmósfera y la constitución de un apartheid climático a escala planetaria. Así, el greenwashing ya no es sólo un paliativo o una estrategia discursiva para legitimar las industrias contaminantes, sino que se ha convertido en la cara más visible con la que opera el capitalismo. Es decir, el greenwashing es una forma de garantizar, legitimar y expandir las fronteras de la mercancía que constituyen el capitalismo. La evidencia está en dos sucesos que vale la pena retomar. El primero es el anuncio de BlackRock, el fondo de inversiones más grande de Wall Street y del mundo, anunció poco antes de que comenzara la pandemia la intención de dirigir sus fondos de más de un trillón de dólares al cambio climático. Al mismo tiempo, Elon Musk se convertía en el hombre más rico del planeta.

Estos dos sucesos pueden sonar como buenas noticias: ¿cuál es el problema con invertir trillones de dólares en el cambio climático?, ¿no es exactamente lo que necesitamos? Y el hecho de que la compañía que produce autos eléctricos produzca al hombre más rico del planeta, ¿no es una señal de su compromiso con el cambio climático? Para responder estas preguntas, hace falta regresar a la vieja discusión de Marx sobre la tecnología y recordar cómo funciona el capitalismo, pues de otra forma seguiremos reproduciendo y formulando oximorones y entelequias como capitalismo verde, desarrollo sostenible, etc.

En el siglo XIX el problema a resolver era entender por qué el aumento del trabajo mecánico/tecnológico no se traducía en una reducción en el trabajo humano y por lo tanto en un aumento en el bienestar social. La respuesta es que el capitalismo no se traduce en una mejor condición para la mayoría sino en la acumulación de la plusvalía de aquello que se produce por una pequeña élite. El aumento de la producción implicaba una mayor oportunidad de acumulación, mientras que el advenimiento de los combustibles fósiles permitió a los capitalistas acelerar un proceso de acumulación global que se venía gestando desde el siglo XV.

Lo mismo sucede en la actualidad, con la importante salvedad de que nos encontramos en una situación en la que el futuro del capitalismo —y, por supuesto, el de la humanidad— está amenazado por la destrucción del entorno natural. Las fronteras que permiten solucionar la acumulación del capital se han agotado poco a poco, pues el capitalismo es, a fin de cuentas, global. Sin embargo, el capitalismo verde ofrece una posibilidad de extender la vida del mismo modelo de acumulación un poco más, pero esto no es más que una solución temporal. En una sociedad en la que el motor es la acumulación por acumulación, simplemente no es posible resolver la crisis climática: el capitalismo es la crisis del planeta.

La descarbonización del norte como una falsa solución

En el vecino del norte las falsas soluciones y el maquillaje verde se manifiestan de otras formas. La esquizofrénica ley en contra de la inflación que fue aprobada por el Senado apunta a incrementar de forma acelerada los incentivos para la electrificación de la movilidad, las baterías y energías renovables como la eólica y la solar, además de abrir nuevas concesiones a los combustibles fósiles. Su aprobación marca un avance importante en la tendencia de aumento de energía renovable que pronostican la Agencia Internacional de Energía (AIE) y el Banco Mundial, en donde la energía solar y eólica experimentarán un crecimiento de hasta 11 y 20 veces respectivamente para 2050 a nivel global. Junto con la demanda de vehículos eléctricos y baterías para almacenamiento implica un aumento en la demanda de minerales como el litio, que tendrá un incremento del 488 %, grafito de 494 % y de hasta 460 % para cobalto. También estima que para el 2050 otros minerales como el indio, vanadio, níquel, plata, neodimio, molibdeno, aluminio, cobre y manganeso, experimentaran demandas similares (además de alcanzar picos de producción durante este siglo).

De esta forma Estados Unidos convertirá la descarbonización y la transición energética en una nueva forma de transferir los costos y desplazar las zonas de sacrificio al sur global en donde se encuentran la mayoría de las reservas de varios de estos minerales. Lo anterior significa que las tendencias de violencia asociadas al extractivismo se incrementarán aún más, así como aquellas que afectan directamente a quienes defienden el territorio. Pensando dentro de los confines de sus murallas, a Estados Unidos le preocupa poco lo que sucede fuera de ellas. El sueño de la descarbonización y del capitalismo verde se convertirán en la nueva pesadilla en forma de explotación, despojo, degradación y contaminación que vivirán los ya oprimidos. Una verdadera propuesta de descarbonización tendría que venir acompañada de una ley que eliminé el imperativo del crecimiento económico, que elimine el desperdicio y que proponga una redistribución radical material y energética.

A fin de cuentas, las falsas soluciones no se manifiestan de forma lineal, sino que vienen acompañadas y a veces camufladas como nuevas innovaciones tecnológicas, neocolonialismos y como historias de emprendedurismos, desarrolladores y filantrópicos. Al mismo tiempo, proveen el discurso y las bases del maquillaje verde que permiten al capitalismo adaptarse a los retos que supone el cambio climático. En otras palabras, no es una sorpresa que en Wall Street y en los boards de compañías mineras y petroleras el tema ya no sea tabú: el capitalismo verde es la forma en la que el capitalismo fósil podrá mantener el statu quo —creando nuevas zonas de sacrificio disfrazadas de indulgencias, mientras que Wall Street, de la mano de BlackRock y Tesla, se encargará de utilizar los trillones de dólares de capital sobreacumulado en producir las condiciones de una atmósfera más o menos estable para que la acumulación del capital pueda continuar ininterrumpida.

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Carlos Tornel. Investigador y candidato a Doctor en Geografía Humana por la Universidad de Durham. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet.com.

Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en Nexos,  el 25 de agosto, 2022. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet.com no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.

Articulo original

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EnergiesNet.com 05 09 2022

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