Por David Herrera Santana
Las operaciones del Pentágono y los riesgos climáticos
El DoD opera un aproximado de 800 bases militares fuera del territorio estadunidense, así como en territorios ultramarinos controlados por Estados Unidos. Hasta junio de 2022, tenía desplegado un total de 343 463 tropas en distintos países y territorios, especialmente en bases localizadas en Países Bajos, Japón, Alemania, Corea del Sur, Italia, Reino Unido y Guam que se consideran “nodos estratégicos” de la red mundial de militarización estadunidense.
Esta geografía de ocupación militar cumple diversos objetivos:
- la proyección de la influencia de Estados Unidos en el mundo;
- el aseguramiento de zonas estratégicas de aprovisionamiento de recursos;
- la vigilancia y control de las grandes cadenas logísticas de aprovisionamiento;
- la capacidad de reaccionar rápidamente ante cualquier eventualidad en las distintas regiones del mundo;
- fungir como plataforma de contención y disuasión o, en su caso, acción rápida contra organizaciones y Estados considerados como hostiles para los intereses estadunidenses;
- servir de soporte para las operaciones de vigilancia de aquellos países denominados como “competidores” o “retadores” de la hegemonía mundial;
- la vigilancia y control sobre los grandes espacios comunes —océanos, mares, espacio aéreo y ultraterrestre— que permiten la articulación de las relaciones mundiales; entre otros.1
La ocupación militar se materializa en la infraestructura de bases, ubicaciones estratégicas, presencia de tropas y las diversas operaciones y ejercicios que se llevan a cabo con frecuencia. Menos evidente resulta el impacto ambiental que producen estas operaciones y el despliegue militar en el mundo. El Pentágono, como entidad institucional, es el principal consumidor de energía a nivel mundial. Entre 1975-2020, del consumo total de energía del gobierno estadunidense, entre el 76 % y el 85 % ha correspondido al DoD, de acuerdo con datos de la Energy Information Administration.
De esta enorme cantidad de energía consumida por el Pentágono, el 30 % es para el funcionamiento de las instalaciones militares (incluyendo las 800 bases repartidas por el mundo). El 70 % restante se emplea para las operaciones militares, incluyendo la movilización de tropas, de armamento, pertrechos y vehículos.
De la energía empleada para las operaciones en 2014, el 70 % estuvo compuesta por combustible para las aeronaves que se utilizan en las distintas ramas de las Fuerzas Armadas. Las instalaciones militares que han estado bajo una fuerte renovación tecnológica en las últimas décadas, obtuvieron en 2018 el 50 % de sus requerimientos energéticos de la electricidad, seguida del gas natural (35 %) y del petróleo (7 %). Aunque estos datos contrastan con aquellos de 1975, cuando el petróleo representaba el 40 % de la energía utilizada, habrá que recordar que, apenas en 2019, aproximadamente el 63 % de la generación de energía eléctrica mundial estuvo relacionada con la quema de combustibles fósiles, por lo que el impacto ambiental no se reduce drásticamente.
En el marco del Proyecto The Costs of War de la Universidad de Brown, Neta Crawford ha calculado que unos 3685 millones de toneladas métricas de CO2 equivalente (CO2-e) han sido lanzadas a la atmósfera en el periodo 1975-2018 como consecuencia directa de las operaciones militares. También indica que, tan sólo en 2017, el Pentágono se ubicó por encima de países industrializados tales como Portugal, Dinamarca o Suecia con respecto a sus emisiones de gases de efecto invernadero. De 2010 a 2018 las emisiones de CO2-e serían de la magnitud de las 593 millones de toneladas métricas. Las operaciones del Pentágono desde la invasión a Afganistán y hasta 2017, es decir, el periodo de la “guerra contra el terrorismo”, arrojaron un aproximado de 1200 millones de toneladas métricas de CO2-e, siendo 400 millones directamente relacionadas con consumo de combustible, lo que se equipara a las emisiones realizadas por 257 millones de automóviles durante un año. De esta manera, el Pentágono se ha convertido en uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero y sus operaciones militares en una de las principales fuentes de contaminación atmosférica.
Paradójicamente, ha sido el mismo gobierno estadunidense y sus agencias quienes han prendido las alarmas en torno al cambio climático como un “multiplicador de amenazas” debido a su capacidad de incidir de forma negativa en las operaciones de vigilancia, proyección de influencia y aseguramiento. En un documento de septiembre de 2016, el Consejo Nacional de Inteligencia ya advertía sobre los graves efectos del cambio climático en torno a la estabilidad política de países y regiones enteras, el aumento en las tensiones sociales en numerosos lugares, el incremento del deshielo en los casquetes polares y, como consecuencia de ello, de la competencia geoestratégica en la región del Ártico, la elevación en los precios de los alimentos y las afectaciones en su producción, los riesgos incrementados para la salud humana, mayores presiones para las operaciones militares estadunidenses, disrupción en las cadenas logísticas de aprovisionamiento y presiones en los niveles de inversión y en la competitividad económica. Además, los riesgos de inundaciones de instalaciones militares, sobre todo en locaciones estratégicas en el Pacífico o el Índico; la disrupción en las cadenas de suministro; la “distracción” de fuerzas y equipo bélico en la atención de posibles emergencias climáticas; la alteración de los entornos socioeconómicos en diversas regiones del mundo; más la aceleración de la competencia geoestratégica, son todos elementos que el DoD observa como amenazas a la seguridad nacional y la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas.2
Así, el Pentágono se ubica como el actor paradójico por excelencia: mientras sus operaciones contribuyen sobremanera al proceso de cambio climático en marcha, también busca responder a estos “riesgos” y “amenazas” para evitar mayores disrupciones. La adaptación, resiliencia y minimización de riesgos se convierten en la columna vertebral de la propuesta del DoD frente a este entorno. Es decir, la propuesta del Pentágono no es la de modificar su comportamiento, sino la de adaptarse al nuevo entorno, producir un sistema resiliente y minimizar los riesgos que se vayan presentando.3
Conclusión
Las operaciones militares son una fuente enorme de emisión de contaminantes a escala mundial. El Pentágono, al ser el principal consumidor institucional de energía, es también una de las entidades más contaminantes, y lo ha sido por décadas. La huella militar tiene también su huella ecológica. No obstante, frente a las drásticas modificaciones producidas por el cambio climático, el DoD también ha percibido sus efectos disruptivos como un problema de seguridad nacional.
Frente a ello, y ante la posibilidad de que las alteraciones climáticas también afecten drásticamente a las operaciones militares, se busca producir un sistema militar resiliente, de adaptación y corrección de daños, ante la negativa y práctica imposibilidad de cambiar los patrones mismos de militarización. Por ello, el antimilitarismo es, hoy más que nunca, una posición ética y política que aboga por una opción civilizatoria alternativa a futuro.
Este texto es resultado del proyecto de la UNAM “Resonancias de la militarización en la seguridad humana del siglo XXI. Re-pensar la seguridad desde las ciencias sociales” PAPIIT IN308621
1 Hemos abordado esta problemática más ampliamente en: El Siglo del Americanismo. Una interpretación histórica y geoestratégica de la hegemonía de los E. U., Akal, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 2020.
2 Klare, M. T. All Hell Breaking Loose. The Pentagon’s Perspective on Climate Change, Picador, Nueva York, 2019, pp. 15-39.
3 Ídem.
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David Herrera Santana. Es doctor en Ciencias Políticas y Sociales y maestro en Estudios en Relaciones Internacionales por el Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente se desempeña como Profesor de Tiempo Completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es Investigador Nacional 1 (SNI-Conacyt). Además, es coordinador de dos Proyectos de Investigación en la UNAM, así como también es uno de los responsables del Seminario sobe Espacialidad, Dominación y Violencia. Es autor de Hegemonía, porder y crisis. Hegemonía, poder y crisis., Geopolítica, Espacio, Poder Y Resistencias En El Siglo Xxi y co-autor de Espacios De La Dominacion y Apuntes Teorico – Metodologicos Para El Analisis De La Espacialidad Aproximaciones A La Dominacion Y La Violencia. Una Perspectiva. EnergiesNet.com reproduce este artículo en interés de nuestros lectores.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente por Nexos, el 12 de diciembre del 2022. Todos los comentarios enviados y publicados en EnergiesNet no reflejan ni a favor ni en contra de la opinión expresada en el comentario como un respaldo de EnergiesNet o Petroleumworld.
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EnergiesNet.com 03 01 2023