Por Rubén Aguilar Valenzuela
Hasta el pasado 5 de abril, cinco encuestadoras daban el dato que el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, de 41 años de edad, tenía un nivel de aprobación entre el 91 % y 96.4 %; dos otras encuestadoras sugerían que la cifra estaba entre 85.6 % y 88.0 %; y una más sugería un 77.0 %.
En la elección presidencial de 2019, Bukele ganó con más del 53 % de los votos y de manera contundente derrotó a las entonces las dos más importantes fuerzas políticas del país: Alianza Republicana Nacionalista (Arena), el partido de la derecha, obtuvo 31.62 % de los votos; el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de la izquierda, consiguió 13.77 % de los votos. Desde la firma de los Acuerdos de Paz, que pusieron fin a la guerra civil que tuvo lugar de 1980 a 1992, sólo Arena y el FMLN ganaron la presidencia y, en partes iguales, la Asamblea Nacional. En la elección de 2019, el partido de Bukele, Nuevas Ideas, se hizo de la mayoría de las diputaciones.
En febrero de 2021, en la elección para integrar la nueva Asamblea Legislativa y las alcaldías, Nuevas Ideas arrasó y obtuvo el 65 % del total de los votos, que le dan 55 diputados de 84 que componen la Asamblea Legislativa. Sin negociar con nadie, pude aprobar todas las reformas de ley que no necesitan de una mayoría calificada. Su aliado, el partido GANA, alcanzó seis diputados. Entre ambas fuerzas, la coalición de Bukele suma 61 escaños, un número que le permite hacer los cambios que quiera a la Constitución y nombrar a los Magistrados de la Suprema Corte sin tener que hacer alianza con nadie más.
La explicación del éxito de Bukele es que, en el momento de su elección, la sociedad salvadoreña estaba harta de Arena y el FMLN, que ya habían perdido contactos con las bases. Eran ya sólo estructuras de poder, dominadas por élites dirigentes cada vez más alejadas del sentir y pensar de la sociedad salvadoreña. Bukele, por el contrario, entendió lo que esta sociedad quería oír y eso les dijo. El triunfo arrollador de 2021 se explica a partir de su estrategia de seguridad, que ha logrado reducir de manera notable los índices de homicidios. En 2018, la tasa era de 50.3 asesinatos por cada 100 000 habitantes, una de las peores del mundo. En contraste, al cierre de 2022, la cifra era de 7.8 asesinatos por 100 000 habitantes, una reducción que lleva a El Salvador a los niveles de Estados Unidos, que padece 6.7 homicidios por 100 000 habitantes, y muy por de bajo de México, que registra treinta homicidios por 100 000 habitantes. La estadística oficial al 31 de marzo pasado es que habían transcurrido más de 230 días sin que en el país hubiera un homicidio. En la gestión de Bukele, los días acumulados sin asesinatos son 330. Como lo ha señalado un comentarista, de seguir la tendencia, al finalizar 2023 El Salvador sería el país más seguro del continente y sin duda de América Latina.
La sociedad salvadoreña lleva más de cuarenta años viviendo altos niveles de violencia. La causa de este malestar fue, primero, la guerra civil (1980-1992), en la que murieron más de 100 000 salvadoreños, y, después de la llegada de la paz, la violencia de las maras (Barrio 18 y MS13) que han asolado al país los últimos veinte años. En 2003, las pandillas tenían 6000 elementos; para 2022, eran 86 000. Bukele entendió bien, con esa historia que ha afectado a toda la sociedad salvadoreña, que la necesidad más sentida era la inseguridad. Ahí se centró. Los resultados que ofrece, después de más de tres años de gestión, son reconocidos por la sociedad. La vida de los salvadoreños ha cambiado.
La sociedad salvadoreña, entonces, le ha dado manoslibres para actuar. Un estudio del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana muestran que el 92 % de la población está a favor de las “medidas tomadas por el Régimen de Excepción de Garantías Constitucionales”, que, de otra manera es, aprobar la estrategia de seguridad. Estudios de opinión de diversas instituciones dan cuenta de que más del 95 % de la población salvadoreña está a favor de la construcción del Centro de Confinamiento Contra el Terrorismo (Cecot), una gigantezca cárcel, la más grande del mundo, que pude albergar hasta 40 000 prisioneros. El presidente la inauguró en enero pasado. Es otra forma de aprobar la estrategia de seguridad.
Como parte del Plan de Control Territorial, el gobierno ha detenido a 64 000 personas acusadas de violencia y crímenes. La sociedad en general valora positivamente estas detenciones, que son el núcleo de la estrategia de seguridad de Bukele. El periódico digital El Faro, muy reconocido por su trabajo en El Salvador, tiene pruebas documentales, testimonios y audios, para demostrar que el gobierno no solo ha arrestado a pandilleros sino que ha negociado con ellos a cambio de beneficios para ambas partes.
Muy diversos estudios arrojan que la dramática reducción de la violencia en El Salvador no ha traído una mejora económica para el país y la población. Es cierto que ciertas actividades económicas han tenido una clara mejora, como el turismo, que se vio afectado por la pandemia, y en general todo tipo de comercio que ahora no es objeto de robos o de extorsiones por los integrantes de las maras. Las remesas también han aumentado.
El Régimen de Excepción de Garantías Constitucionales, que lleva ya más de un años de aplicación, ha provocado miles de quejas contra el gobierno y sus fuerzas de seguridad por violaciones a los derechos humanos. Las organizaciones humanitarias han recibido más de 8000 denuncias, la mayoría por detenciones arbitrarias. Sin embargo, las críticas y denuncias, todas justificadas, no parecen permear en el grueso de la población.
La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, después de un año de silencio, ha dicho que “El Salvador ha tomado varias medidas que plantean grave preocupación durante el año que el estado de emergencia lleva vigente”. Organizaciones internacionales como la Washington Office on Latin America (WOLA) y Human Rights Watch han documentado detenciones arbitrarias y diversos tipos de violaciones de los derechos humanos.
Hay investigadores que sostienen que las cifras del gobierno están maquilladas, aunque a nivel internacional se les da crédito por la reducción de los asesinatos en El Salvador. Hay también estudiosos del tema que plantean que la estrategia, aunque ahora ofrece buenos resultados, no es sostenible y no ataca los problemas estructurales que generan la violencia.
La gran mayoría de la sociedad salvadoreña es ajena a la realidad de las violaciones de los derechos humanos por parte del gobierno y en términos generales aprueba la política de mano dura. Lo que aprecian estas personas es que en sus barrios pueden andar por la calles sin ser extorsionados, cosa que antes era imposible. Lo que valoran es la seguridad que ahora tienen.
No se pueden negar los buenos resultados de Bukele en materia de seguridad, demanda histórica de la sociedad salvadoreña, ni tampoco el autritarismo, los atentados contra la democracia, la violación sistematica de los derechos humanos y los atques sistemáticos a la prensa crítica. Para el presidente, el fin justifica los medios. Su posición es inaceptable. En El Salvador hay un evidente retroceso demorcático en estos años.
Bukele, como es común a los populistas, de derecha o izquierda, sabe comunicarse muy bien en lo personal y ha puesto a caminar una extraordinaria maquinaria de publicidad que ha resultado ser muy efectiva. Todos los problemas que enfrenta los “resuelve” con una poderosa estrategia de comunicación. A nivel mundial es conocido por la manera en que maneja las redes sociales, en particular Twitter. Del presidente salvadoreño se puede decir que es un populista autoritario, militarista, alegadamente corrupto y nepotista, que a decir de muchos viola los derechos humanos y descalifica sistemáticamente a la prensa crítica. A pesar de todo eso goza de una gran popularidad con niveles de aprobación superiores al 90 %.
Lo más seguro es que Bukele se va a presentar a la reelección —ya cambió la ley que lo prohibía— y que va a volver a arrasar con un porcentaje de votación aún mayor que el que obtuvo en 2019. Las actuales estructuras de Arena y el FMLN son extraordinariamente débiles; en la práctica han desaparecido. El presidente no tiene oposición que lo enfrente. Va solo.
En El Salvador de hoy no hay condiciones para que surja una alternativa a Bukele y su partido Nuevas Ideas, por lo menos en el corto plazo. La gran mayoría de la ciudadanía está con el presidente. Se identifica con él y su propuesta. De Arena y del FMLN no va a surgir nada nuevo, ya no están en capacidad de generar una nueva propuesta política que entusiasme a la sociedad salvadoreña. Esa fuerza y liderazgo, que urge, no está a la vista. Es una tragedia.
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Rubén Aguilar Valenzuela, Socio fundador de Afan Consultores Internacionales, S.C. Doctor en Ciencias Sociales. Profesor en el Departamento de Comunicaciones y Ciencias Políticas de la Universidad Iberoamericana. Articulista en diversos periódicos y revistas. Fue Fundador y director de la Agencia Salpress del FMLN, el Salvador. coordinador de la Secretaría Particular de la presidencia de Fox (2002-2004) y portavoz del gobierno (2004-2006). Sus últimos libros en conjunto con Jorge Castañeda son: La Diferencia: Radiografía de un sexenio (2007) y El Narco: La Guerra Fallida (2009). Twitter: @RubenAguilar, ruben@miscuadernos.com.mx. Los puntos de vista expresados no necesariamente son los de EnergiesNet
Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en Nexos, el 10 de abril, 2023. Reproducimos el mismo en beneficio de los lectores. EnergiesNet en Español no se hace responsable por los juicios de valor emitidos por sus colaboradores y columnistas de opinión y análisis.
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EnergiesNet.com 16 04 2023